30/5/08

Tortícolis - etimología


Término médico empleado en español desde mediados del siglo XIX para referirse a las contracturas que ocurren en los músculos de la nuca y que impiden girar la cabeza u obligan a permanecer con el cuello torcido.

Proviene del italiano torti colli (cuellos torcidos), que también dio lugar al término portugués torcicolo, de idéntico significado.

28/5/08

Wiz tuco flaivor (a la Puig)



















No hay lugar. Me pregunto si le molestaría compartir la mesa.

Hace calor hoy.

Pero está lindo aquí afuera.

Un tostado y una Coca, lait, gracias.

Sin ofender, cómo hace para comer fideos con tuco con este calor.

Usted no parece ser de aquí.

Yo tampoco hablo español, hablo argentino, ja ja.

De Suecia, caramba que está lejos.

Eh, Sueden far auei, ies.

Priti guirls in Sueden, and iu ar not de exception.

Zanc iu.

Ah, claro, iur uelcom, jaja. Uats ior naim.

Ingri...qué, uat.

Ah, Ingeborg, priti naim for a priti wuman. Ar iu duin turist.

Du iu laic La Boca.

Smell bad, uat is smell.

Ah, olor, mal olor, sí, qué va a ser, bat is priti eniuei. Uat did iu laic moust.

Ies, puerto Madero is priti. Du iu laic tango, jier in La Boca iul fain very mach tango. Jaf iu sin tango iet.

Meibi tunait wi can go to si sam tango. Iu and mi, wat du iu zinc to jaf some tango wiz mi.

Wat du iu jaf to zinc. Der is onli uan laif. Camón, Ingeborg, ail shou iu. Wi uil jaf fun tugueder. Den we can go dancin, yeah, to shaic de squéleto ol nai long.

Que aim Fani, no mai naim is Carlos, laic Carlos Gardel. Charles. Charly if iu laic. I can bi Charly for iu, tunait.

Guiv mi iur namber and ail pic iu up at ior jotel. At nain ocloc wuld bi olrait. Plis rait jier ior namber and jotel naim and strit.

Ah, ies, adres, not strit.

Iu ar very priti, Ingeborg.

Ai tol iu mai naim is not Fani, Charly, rimember.

Ingeborg, iu have tuco ol arraun ior maus, let me clin iu.




Nais quis.

Ies, wiz tuco flaivor.


Mozo, la cuenta, sólo la mía.


Oquei baibi, si iu tunait den. Uan more quis.

Ies, wiz tuco flaivor.




Ingeborg, uan zing, qué símilar is suedish to inglish, isent it.


Bai bai, biutiful, si iu tunait.



Aim a laion, aim a laion, gracias, Cultural Inglesa.

27/5/08

El problema del infinito


Dentro de las preguntas que todos, en mayor o menor medida, alguna vez nos formulamos estarían:
1. De dónde venimos.
2. La razón de nuestra existencia.
3. Qué hay después de la muerte.
4. Cómo entender el infinito (espacio) y la eternidad (arquetipo del tiempo).

Ninguna respuesta es concluyente, todas son teorías.
Ya en el siglo XV, Nicolás de Cusa dijo algo a lo que me suscribo, "No existe proporción perfecta entre la cosa conocida y nuestro conocimiento de ella ni, en general, entre lo medido y la medida. La ciencia humana (el conocimiento humano) es, por ello, conjetural."

En vano esperen que yo, un simple y apóstata mortal, les dé la respuesta correcta. Apenas trataré de intentar algunos caminos (refutables per sé, pero caminos al fin).

Hablar de todas en un post es imposible. Elijo hoy el problema del infinito.
Cuando quiero pensar el infinito trato de imaginar el universo, el espacio vacío y negro ocupado por galaxias, estrellas, mundos, etc., pero dónde termina, dónde empieza.
Imaginemos pues, el universo como una esfera (forma geométrica perfecta), pero allí, dónde está lo infinito, vemos sus límites y por definición (hasta ahora aceptada) el infinito es aquello que no tiene principio ni fin.
Pensemos entonces en una esfera que tenga su centro en cualquier parte y su circunferencia en ninguna y tendríamos quizás una aproximación.
Por otro lado podríamos calmar nuestra ansiedad al decir que el infinito tiene un límite interior pero no exterior, que el infinito no limita con nada, pero esa nada qué es.
Podemos decir, pero imaginarlo, al menos para mí ya es dificultoso.
Tendríamos también un infinito inverso, que es la subdivisión de la materia incontables veces. Sin embargo (y yo tengo mis humildes y precarias dudas), la ciencia dice que ha demostrado que hay un punto en el cual el átomo ya no es posible seguir partiéndolo.

A fines del siglo XIX, Georg Cantor enunció (según Borges) su heroica teoría de conjuntos y con ella los números transfinitos.
Contradiciendo y pervirtiendo uno de los principios fundamentales de Euclides, esta teoría dice en un conjunto de números (elementos) infinitos la parte es igual al todo.
Quiere decir que, por ejemplo, el conjunto de todos los números pares es igual al de los números naturales.
Hagan este ejercicio: al relacionar ambos conjuntos al número par 2 le corresponde el número 1; al 4 el 2; al 6 el 3; al 8 el 4; al 10 el 5, y así hasta el infinito, porque de eso se trata, tenemos infinitos números; en el corruptor infinito (otra vez Borges) tendremos la misma cantidad de números. Y así, la parte será igual al todo. Cualquier conjunto de elementos infinitos, no importa su medida (en 1 metro de espacio hay igual cantidad de puntos que en 1 km o 1 millón de km) será igual a otro.

Creo que tal vez esto no les haya aclarado nada, o tal vez sí.

Pero cuando les diga que, y cito a El Topo Lógico que lo resumió y explicó muy bien:
"En 1902 Bertrand Russell descubre la llamada “Paradoja de Russell”, que demuestra que la noción misma de conjunto, tal como la define Cantor es contradictoria. Veamos la explicación de la paradoja. Todo conjunto no vacío tiene elementos. Pensemos, por ejemplo, en un conjunto formado por tres caballos, sus elementos son esos tres caballos. Pero el conjunto en sí mismo no es caballo, por lo que el conjunto no es elemento de sí mismo. Otro ejemplo, el conjunto {1,2} tiene como elementos al número 1 y al número 2, pero ni el número 1 ni el 2 es {1,2}, luego {1,2} no es elemento de sí mismo.

¿Hay conjuntos que sean elementos de sí mismos? Sí los hay. Por ejemplo, el conjunto formado por todos los conjuntos es también un conjunto y, por lo tanto, es elemento de sí mismo. El conjunto de todas las ideas abstractas es también una idea abstracta, por lo tanto es también elemento de sí mismo.

Ahora bien dado que, según Cantor, podemos reunir en un conjunto objetos cualesquiera de nuestra intuición o nuestro pensamiento, podemos entonces definir el conjunto R cuyos elementos son todos los conjuntos que no son elementos de sí mismos.

R = {A : A no es elemento de sí mismo}

¿Es R elemento de sí mismo?

Si R fuera elemento de sí mismo, entonces no cumpliría la condición que define a R y, por lo tanto, R sería elemento de R. Es decir, si R fuera elemento de sí mismo entonces no sería elemento de sí mismo. Esto es una contradicción.

Deducimos del párrafo anterior que R no puede ser elemento de sí mismo. Pero si R no fuese elemento de sí mismo, entonces cumpliría con la condición que define a R y en consecuencia sería elemento de R. Entonces, si R fuese elemento de sí mismo deduciríamos que no lo es. Otra contradicción."

Inevitablemente caí en las matemáticas, disciplina que no muchos disfrutan, pero como dije, inevitablemente, el infinito le es pertinente, o viceversa y también es corrompida por éste.

Pero las matemáticas son también un lenguaje.
Vuelvo entonces a lo que decía al principio Nicolás de Cusa: todo conocimiento de la realidad es conjetural.
Y el conocimiento sólo lo podemos hacer ejercer por medio del lenguaje, el cual es conjetural, especulativo, arbitrario, parcial y por lo tanto falaz. Hablamos con metáforas (todo es como si).

Paremos la pelota aquí.

El lenguaje está formado por unidades discretas (tienen principio y fin), la palabra perro comienza con la p y termina con la o.
El lenguaje recorta la realidad y al recortar deja de lado otros aspectos, los oculta. Pero no nos queda otra, no podríamos organizar nuestro pensamiento si percibiéramos en un mismo acto la enorme (¿infinita?) multiplicidad de sentido que un objeto emana (vuelvo a de Cusa).

Primera inferencia (no original): la realidad no solo es infinita, sino que es un continuo. Todo está relacionado con todo, como el conjunto de los números pares con los naturales de Cantor.

Todo está hecho de la misma materia, la mayor o menor concentración de los diversos elementos químicos determina el perro, el mar, la selva, un botón, una ciudad, una bacteria, el hombre, el universo. No hay separación entre ninguno de los elementos, ni siquiera del vacío que es otro elemento no descubierto.

Todo es un continuo del que lamentablemente no sabemos de donde viene ni a dónde va, es dramáticamente infinito.

Y el lenguaje no puede explicarlo porque deja afuera toda los demás datos relevantes para arribar a la solución del problema.
Al pecar de esta abstracción el lenguaje corrompe, distorsiona, nos aleja de la verdad.
Veamos qué contradictorio es concebir la palabra infinito, que tiene principio y fin, que tiene una inútil definición (es en vano definir cualquier cosa), lo que no tiene principio ni fin.

Es a través de las paradojas que el lenguaje se denuncia involuntariamente imperfecto para conocer conceptos tan caros como el de la infinitud.

Las paradojas, parafraseando a Borges, son los finísimos intersticios de sinrazón creados por nosotros mismos al soñar el mundo. Su finalidad es recordarnos que la realidad tal como la entendemos es falsa.

Sin embargo, el infinito es.

26/5/08

De los errores de ortografía


No ay nada que me moleste mas al leer que los herrores de hortografia.
Este denostado vurgués, según me an dicho, hincurre bobamente en ellos, a pesar de autoconvocarse injustificadamente paladín de la hortografia.

Rebisando tecstos berifiqué con desagrado tal acusasión.
Excusarme disiendo que el apuro, el autocorrector defisiente o que al mejor casador se le escapa la lievre, no bale (ni la obeja).

Es por eyo que les ruego que si detectan alguna anomalía hortográfica me lo agan zaver mediante un comentario y raudamente lo subsanaré.

grasias

el vurgués hapóstatata

23/5/08

De los extraterrestres


Tengo dos revelaciones que comunicarles:

1. En San Carlos, provincia de Salta, conocido (¿?) escenario de manifestaciones ufológicas, lugareños afirman haberse encontrado con un extraterrestre de singulares características y peinado (ver dibujo, no me peguen, soy Giordano).

2. Los extraterrestres existen, pero no son los que nos visitan.

22/5/08

Freddy Quinn - Junge Komm Bald Wieder


Junge komm bald wieder, es Muchacho vuelve pronto y también el himno que cantamos los amici miei.

Si bien ellos nunca la escucharon del original, sino de una mala versión etílica mía, la aprendieron fácilmente y la entonamos sea cual sea la ocasión y sin motivo alguno.

Yo la escuché por primera vez en la casa de una novia con la que no me casé cuyo hamburgués padre ponía en el tocadiscos 8hace mucho, eh) los domingos por la tarde que le pegaba la Heimweh (dolor de hogar=melancolía).

Cantante de posguerra, venerado por los marineros alemanes, con ustedes el Elvis teutón, Freddy Quinn (qepd).
Amici miei, se las debía.

Hamburguer - etimología


En la apacible ciudad de Hamburgo, en el norte de Alemania, las hamburguesas no son consideradas una comida de origen local, sino una moda procedente de los Estados Unidos y, por tal razón, son llamadas por su nombre en inglés: hamburger.

En realidad, el bife hecho con carne molida y huevo fue creado a comienzos del siglo XVIII por marineros alemanes, precisamente en el puerto de Hamburgo y, desde allí, los emigrantes que partieron dos siglos más tarde lo llevaron a los Estados Unidos, principalmente a Nueva York, donde surgió la costumbre de hacer con él un emparedado que se llamó hamburger en el Nuevo Mundo.

Y fue con este nombre que el antiguo bife de los marineros de Hamburgo volvió a Alemania, como un emigrante que retorna triunfalmente a su país natal con otro nombre y con nuevas ropas.

En los países anglohablantes, esta etimología fue desconocida durante mucho tiempo, pues se creía que la sílaba ham, que en inglés significa ‘jamón’, se refería a este producto porcino.

A pesar de que las hamburguesas no llevan jamón, esa creencia se vio favorecida por los nombres de otros emparedados semejantes que se difundieron desde los Estados Unidos, tales como el cheeseburger o el eggburger.


Oxímoron - etimología


Esta palabra es ella misma, etimológicamente, un oxímoron, es decir, una figura de lenguaje consistente en el empleo, en una misma expresión, de palabras de significado antagónico, tales como ‘silencio estruendoso’, ‘cálido frío’ o 'agudamente tonto'. Oxímoro está formada por las palabras griegas oxys 'agudo', 'aguzado' y morós 'estúpido'.







20/5/08

Time machine malfunction, chapter 8 (english)


Este mes estoy un poco temático con la máquina del tiempo.

Estuve pensando los posibles y poco oportunos destinos ante un desperfecto de la increíble máquina, y sería aparecer:


En la clase turista del Titanic.
En un tren con rumbo a Dachau o Auschwitz en 1940.
En cualquiera de los pisos superiores de las torres gemelas aquel 11 de septiembre.
En un vigilado comité clandestino y comunista durante 1978 en Argentina.
En Pompeya mientras un pompeyano señala con horror al Vesubio.
Al lado del estudiante chino que se paró delante del tanque durante la manifestación.
En cualquier reunión de gabinete de Menem.
En la playa a 20 metros del tsunami.
En Hiroshima mientras se puede ver sobrevolar el Enola Gay.

Recuerdo un episodio bíblico.

Jesús y sus apóstoles van por el camino a Jerusalén cuando Pedro le dice que tienen hambre. Jesús saca unos pesos y lo manda a comprar una docena de huevos. Al rato, vuelve Pedro preocupado porque no había sido suficiente para todos, habían quedado dos discípulos sin comer su huevo. Jesús, sorprendido le da unos pesos más para comprar los dos huevos faltantes.

Hacia la tarde se acerca Juan y pide al maestro que les consiga comida, pues ya tienen hambre de nuevo. Jesús le da más dinero para que compre una docena de facturas, que eso debería calmarles el hambre. Pero luego, Juan le informa que otra vez no fue suficiente. Jesús, ya bastante enojado, él no es millonario, lo que tiene lo da, pero no es ningún bobo, que alguien se queda con la comida de los demás, que no puede ser, que pónganse en fila todos los apóstoles y digan su nombre en voz alta.

Y comenzaron.

Juan
Pedro
Judas
Marcos
Mateo, y así hasta los doce.

Pero al lado del último apóstol había dos muchachos más, a los que Jesús, sorprendido les pregunta sus nombres.

Jelou, Somos Tony y Douglas del Túnel del Tiempo.

18/5/08

De la correcta puntuación, o rulo de cemento


Detractores (siempre los habrá, por suerte) del Burgués Apóstata (es decir, yo en 3ª persona, método futbolístico de realizar una captatio benevolente) han criticado el modo indecoroso y la falta de estudio escolar en lo que respecta a la puntuación que sobrellevan cada uno de mis textos.


Estos mismos denostadores me han sugerido tomar clases de apoyo con maestras de lengua que ofrecen sus invaluables servicios mediante volantes pegados a los postes de luz callejeros.
En realidad, no sé a qué maestras de la lengua callejera se referían.

De todos modos, es bueno que se me acuse de algo.

Si bien mi detractor no supo decirme específicamente dónde encontraba aquellas imperdonables falencias e intolerables errores, supuse, un poco a través de la mayéutica, otro poco por inferencia, que lo que le molestaba soberanamente, era la ausencia de algunos signos de puntuación que juzgo innecesarios y molestos; por ejemplo, los de interrogación, admiración y el guión de diálogo.

La idea me vino de dos fuentes literarias, Borges y Saramago.

1. Georgie, en su Biblioteca de Babel, dice que "(...) todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto."

Nada dice de los demás signos.

Y si no lo dice es porque son innecesarios.

Y tiene razón. El problema es hacerlo bien.

Esto tiene que ver con la economía del lenguaje, hacia la cual trato de orientarme (con mayor o menor éxito).


2. Saramago, en una conferencia le preguntaron a qué se debía la libertad de puntuación al escribir, a la que el escritor respondió, Yo tengo la teoría de que hay una especie de contaminación de los caracteres, dijo, y comparó la puntuación, con las señales de tránsito en la carretera, que contaminan visualmente y se puede vivir sin ellas. Agregó que la puntuación no siempre existió y que en el hebreo "tampoco existen".
Hablamos con sonidos y pausas. Si el lector lee un libro (de Saramago), entra en esa lógica y puede poner en la escritura lo que falta.

Estoy seguro que a mi negador le molestó terriblemente que después de una coma empiece un diálogo con mayúscula. Una vez descubierto este dinámico y económico procedimiento de intercalar diálogos con la narración, la cual robé a Saramago quién seguramente robó de otro que se lo robó a otro y así ad infinitum, me fue revelado un método de escritura muy cómodo y económico.
Qué es preferible (para qué ponerle los signos de interrogación si ya el acento sobre el Qué indica que es una oración interrogativa o exclamativa, la entonación se la das al leer toda la oración, hasta te doy la posibilidad de elegirla y para qué ponerle signos a esta pregunta subordinada si ya la forma para qué indica pregunta, y así y así, etc) ver estos bobvios signos ¿?¡! o acostumbrarnos a completar el texto de modo que la participación del lector tenga un trabajo extra, una especie de narrativa con enigmas sencillos inscriptos no en la historia sino en la letra.

No te gusta, y bueno, igual te quiero T-rex.


14/5/08

A la medida de mamá


Parió a Pedro y no tuvo más hijos.
No porque no quisiera, sino por un tremendo cambio metabólico que la hizo engordar hasta quedar postrada.
Lentamente, su marido iba quedando arrinconado hasta que un día, desplazado por la incesante expansión de Juana, cayó de la cama a las 3 de la madrugada fracturándose cráneo y cadera, lo que produjo su doloroso deceso 58 días más tarde.
Quedó entonces Pedro al cuidado de su madre que no cesaba de generar pliegues y más pliegues.
Su crecimiento desmedido obligó a anexar catres a ambos lados de la cama para poder contenerla.
Luego de consultar a un desfile de médicos que no dio con la cura, se la desahució siendo ella aún joven.
Sin embargo, gracias a los cuidados de Pedro, su mujer y sus hijos, Juana vivió milagrosamente hasta su cumpleaños 83, después de sufrir una embolia al soplar las velitas de la torta que habían dispuesto sobre su monumental torso.
Para trasladarla a la morgue fue necesario derribar las paredes de su cuarto e ingresar con un camión grúa que la paseó envuelta en una lona negra por toda la ciudad.
Cómo la introdujeron en la morgue es un detalle que no supieron contarme.

Cuando su mujer le preguntó que harían con su cuerpo Pedro respondió que Juana le había hecho prometer que la cremaran y esparcieran sus cenizas en la entrada del pueblo que la vio nacer.
Pedro había conocido casualmente el pueblucho insertado en la pampa polvorienta y olvidada una veintena de años atrás durante el regreso de unas vacaciones de Río Negro a Buenos Aires.
Fue leer en el cartel rutero Villa Lastenia, 25 km, discutir acaloradamente con su esposa el visitar o no el pueblo de Mamá, desviarse de la ruta con malhumor, ingresar en el pueblo abandonado, dar la vuelta a la plaza, ver algunos desconfiados habitantes emboinados bebiendo cerveza sin hablar sobre la vereda del bar, los perros echados a sus pies, las moscas verdes revoloteando alteradas por el calor y regresar rápidamente a la ruta en silencio.

Tenemos que ir a Villa Lastenia, le preguntó su esposa con fastidio, Fue la última voluntad de Mamá y vamos a ir todos y no lo voy a discutir.

Un llamado le informó que las cenizas de Juana estaban listas para ser retiradas y respondió que iría de inmediato.
Comenzaba a preocuparse por la demora cunado Pedro regresó con los restos de su madre.

Qué es ese cajón de madera sobre el techo del auto, Mamá, Pero y la urna, Esa es, Pero si las urnas son, Esa es la urna, mañana temprano salimos para Villa Lastenia, prepará a los chicos y el termo con el mate, una vez que lleguemos descargamos las cenizas en la entrada del pueblo y nos volvemos.

Llegaron el domingo al mediodía y veinte años después el pueblo había cambiado.
Parecía que los habitantes del reanimado asentamiento tenían la costumbre de pasar los domingos en los ahora acotados espacios verdes de la entrada, celebrando kermese, asados y modernos picnics juveniles. Uno a uno fue dejando de hacer lo que hacía al verlos estacionarse al costado del camino con el enorme cajón a cuestas.
Pedro decidió poner cara de nada y ordenó a su mujer el famoso donde fueres haz lo que vieres.
Así, improvisaron un mantel sobre el pasto, almorzaron frugalmente y pasaron la tarde tomando mate, mate y más mate.
Los hijos no quisieron bajar del auto y quedaron allí escuchando su música.

Cuánto tendremos que esperar, Pedro, Hasta que se vayan todos, entonces ahí hacemos lo que vinimos a hacer, Vamos a otro lado, A dónde, no ves que el pueblo creció como la puta madre que lo parió, donde vayamos vamos a levantar sospechas, Con semejante cajón sobre el techo del auto te creés que no llamamos ya la atención, Mujer, mujer, es un cajón como cualquiera, podríamos tener una motoneta o una máquina agraria adentro, tené un poco de paciencia.

Con los últimos rayos del sol vino la fresca y el pueblo retornó a las casas.
Intentaron bajar con cuidado la carga pero el menor de sus hijos flaqueó y el cajón cayó de lo alto partiéndose sobre la parte trasera del auto y tiznando a Pedro, mujer e hijos con los restos de Juana.
Al separar las tablas una montaña muerta parecía quejarse a su hijo por los malos tratos.
La esposa, alterada, cenicienta, sacudiéndose el polvo quiso descargar su furia con Pedro pero un fuerte viento le llenó la boca de Juana. Él miró para abajo, tomó la pala y cuando se disponía a desparramar lo que quedaba les vino encima un chubasco de agua gruesísima que los embarró de Mamá, y también un patrullero curioso que se acercaba perezosamente.

Todos arriba, gritó Pedro y dejaron el pueblo y el gran engrudo de cenizas velozmente.
Pedro tuvo que comerse las palabras alusivas para que el alma de Juana fuera recibida a la diestra del Señor: era seguramente tan vasta que sería imposible pasarle desapercibida.

Al menos, se consolaba pensando, Mamá tuvo su último deseo cumplido.

Luego sintió la mezcla de cenizas en sus zapatos, las vio en las alfombras del auto, alrededor de su mujer y su acceso de tos, en las caras grisáceas de sus hijos, las que habían quedado atrapadas con la caída volaban desde el paragolpes trasero diseminándose poéticamente por la ruta.

Esto es una tumba a la medida de Mamá, se dijo y trazó una leve sonrisa de satisfacción.

Luego, lloró.

12/5/08

Uno de los trazos de Dios


Mi nombre es Malthus, lo cual es falso.

Trabajo para los Servicios Especiales de mi Gobierno. De tu Gobierno.

Habíamos llegado a un punto en el cual no solo escaceaban los alimentos, también el agua y en breve -así lo aseveraron nuestros científicos- el aire que tan gratuitamente respirábamos diez años atrás.
Habíamos arribado también a la conclusión de que lo único que sobraba era gente.

La decisión fue difícil de tomar, aseguran desde los cargos más altos, pero era inevitable.

Aunque el Gobierno tiene la suma del poder público jamás realizaría abiertamente (a los indiscretos ojos de los medios internacionales) selecciones y reducciones necesarias en la raza humana para equilibrar recursos y gente.

No podríamos escapar de ser juzgados de arbitrarios.

Sin embargo, somos la nación más avanzada del planeta y es nuestros deber salvar al mundo de su aniquilación; para ello hemos desarrollado la Máquina.

Queda para lo anecdótico el modo de su descubrimiento; dicen que el científico responsable dijo deberle todo a la búsqueda y pérdida de un positrón, que en el desconcierto de los instrumentos divisó uno de los trazos de Dios con los que había diseñado el Universo. Ese trazo era el secreto del tiempo.

Una vez superados los desatinos iniciales de la Máquina (desatinos que fueron pagados con la vida del científico y su equipo), se hicieron las primeras pruebas exitosas.
Luego, crearon la Brigada a la cual tengo el honor de pertenecer.

Todos estábamos condenados a muerte por asesinos perfectos hasta que gracias a la Máquina nos ofrecieron un trato al que no pudimos renunciar; era morir o salvar al mundo.
Naturalmente, aceptamos todos con orgullo.
Menos uno.

La misión que nos asignaron fue viajar mil años al pasado y suprimir, cada uno de nosotros, una pareja que estuviera por concebir su primogénito.

Parece insignificante. Matar, digamos, cien personas hoy no cambia en absoluto el presente, pero hacerlo hace mil años, borrar mil años de descendencias...

Cada pareja (cuidadosamente seleccionada por los científicos, siempre supervisados por los rangos superiores del Gobierno) significaba un árbol genealógico con al menos veinte generaciones más sus respectivas ramificaciones. Multiplicarlas por las otras ablaciones da un número importante que no estoy capacitado para calcular, pero hoy somos tantos...

Fue fácil, no puedo negarlo.
Y placentero.

Continúo sin entender por qué está penado matar un ser humano; ¿acaso no matamos hormigas, cucarachas, liebres por plaga, asco y diversión?

Soy el ángel de la muerte, les dije sin poder contener una carcajada y la sangre que rebotaba en los cristales, la mesa, la alfombra.

Espero me den otra misión cuando vuelva.
Ya en la cápsula apreté el botón rojo y el visor avanzó los mil años que me devolvieron al presente.

En verdad, esperaba encontrarme con más vegetación, con un cielo limpio, con árboles y sus frutos deliciosos, animales paciendo mansamente, agua cristalina corriendo por los arroyos, pero todo era demasiado. Demasiado verde, cielo, animales, agua.
No veo a nadie.

Veo mi reflejo en la ventanilla de la cápsula y tengo un aspecto traslúcido.
Tengo una rara sensación de extición.
Doy unos pasos y vuelvo a la ventanilla para encontrarme.
Era demasiado, demasiado.


8/5/08

Amo a Laura (y el Herr Professor también)

Resuelto a cubrir sus corresponsalías con imágenes más que palabras, el Herr Professor Weissenstein nos ha enviado lo que sigue:

El primer link es en serio, el segundo es una parodia.
Pero el que se supone serio prácticamente no necesita parodia alguna.




1/5/08

El fiord


Ya que tildé a Melandri de Lamborghiano, quien se banque la lectura de El fiord tiene un chocolate Jack de premio (si te quedan ganas de comer).

Esta crítica y reproducción del cuento los saqué de aquí.

Osvaldo Lamborghini

Osvaldo Lamborghini nació en Buenos Aires en 1940. Poco antes de cumplir los treinta años, en 1969, apareció su primer libro, El fiord que había sido escrito unos años antes. Era un delgado librito que se vendió mucho tiempo, mediante el trámite de solicitárselo discretamente al vendedor, en una sola librería de Buenos Aires. Aunque no fue nunca reeditado, recorrió un largo camino y cumplió el cometido de los grandes libros: fundar un mito.

En 1973 apareció su segundo libro, Sebregondi retrocede.

Poco después formó parte de la dirección de una revista de avant-garde, Literal, donde publicó algunos textos críticos y poemas. Por algún motivo, sus poemas causaron una impresión todavía más enfática de genio que su prosa.

Durante el resto de la década sus publicaciones fueron casuales, o directamente extravagantes (sus dos grandes poemas, os Tadeys y Die Verneinung [La negación], aparecieron en revistas norteamericanas). Unos pocos relatos, algún poema, y escasos manuscritos circulando entre sus numerosos admiradores. Pasó por entonces varios años fuera de Buenos Aires, en Mar del Plata o en Pringles. En 1980 salió su tercero y último libro, Poemas. Poco después se marchaba a Barcelona, de donde regresó, enfermo, en 1982. Convaleciente en Mar del Plata, escribió una novela, Las hijas de Hegel, por cuya publicación no se preocupó (no se preocupó siquiera por mecanografiarla). Y volvió a irse a Barcelona, donde murió en 1985, a los cuarenta y cinco años de edad.

Esos últimos tres años, que pasó en una reclusión casi absoluta, fueron increíblemente fecundos. Su espolio reveló una obra amplia y sorprendente, que culmina en el ciclo Tadeys (tres novelas, la última interrumpida, y un voluminoso dossier de notas y relatos adventicios) y los siete tomos del Teatro proletario de cámara, una experiencia poética-narrativa-gráfica en la que trabajaba al morir.



El fiord


¿Y por qué, si a fin de cuentas la criatura resultó tan miserable -en lo que hace al tamaño, entendámonos- ella profería semejantes alaridos, arrancándose los pelos a manotazos y abalanzando ferozmente las nalgas contra el atigrado colchón? Arremetía, descansaba; abría las piernas y la raya vaginal se le dilataba en círculo permitiendo ver la afloración de un huevo bastante puntiagudo, que era la cabeza del chico. Después de cada pujo parecía que la cabeza iba a salir: amenazaba, pero no salía; volvíase en rápido retroceso de fusil, lo cual para la parturienta significaba la renovación centuplicada de todo su dolor. Entonces, El Loco Rodríguez, desnudo, con el látigo que daba pavor arrollado a la cintura -El Loco Rodríguez, padre del engendro remolón, aclaremos-, plantaba sus codos en el vientre de la mujer y hacía fuerza y más fuerza. Sin embargo, Carla Greta Terón no paría. Y era evidente que cada vez que el engendro practicaba su ágil retroceso, laceraba -en fin- la dulce entraña maternal, la dulce tripa que lo contenía, que no lo podía vomitar.

Se producía una nueva laceración en su baúl ventral e instantáneamente Carla Greta Terón dejaba escapar un grito horrible que hacía rechinar los flejes de la cama. El Loco Rodríguez aprovechaba la oportunidad para machacarle la boca con un puño de hierro. Así, reventábale los labios, quebrábale los dientes; éstos, perlados de sangre, yacían en gran número alrededor de la cabecera del lecho. Preso de la ira, al Loco se le combaban los bíceps, y sus ya de por sí enormes testículos agigantábanse aun más. Las venas del cuello, también, se le hinchaban y retorcían: parecían raíces de añosos árboles; un sudor espeso le bañaba las espaldas; las uñas de los pies le sangraban de tanto querer hincarse en las baldosas del piso. Todo su cuerpo magnífico brillaba, empapado. Un brillo de fraude y neón.

Hizo restallar el látigo, El Loco en varias ocasiones; empero, los gritos de Carla Greta Terón no cesaban; peor aún: tornábanse desafiantes, cobraban un no sé qué provocador. La pastosa sangre continuábale manándole de la boca y de la raya vaginal; defecaba, además, sin cesar todo el tiempo. Tratábase -confesémoslo- de una caca demasiado aguachenta, que llegaba, incluso, a amarronarle los cabellos. El Loco, en virtud de ser él quien la había preñado, cumplía la labor humanitaria de desagotar la catrera: manejaba la pala como hábil fogonero y a la mierda la tiraba al fuego.

Vino otro pujo. El Loco le bordó el cuerpo a trallazos (y dale dale dale). Le pegó también latigazos en los ojos como se estila con los caballos malleros. El huevo bastante puntiagudo, entonces, afloró un poco más, estuvo a punto de pasar a la emergencia definitiva y total. Pero no. Retrocedió, ágil, lacerante, antihigiénico. Desesperadamente El Loco se le subió encima a la Carla Greta Terón. Vimos cómo él se sobaba el pito sin disimulo, asumiendo su acto ante los otros. El pito se fue irguiendo con lentitud; su parte inferior se puso tensa, dura, maciza, hasta cobrar la exacta forma del asta de un buey. Y arrasando entró en la sangrante vagina. Carla Greta Terón relinchó una vez más: quizás pretendía desgarrarnos. Empero, ya no tenía escapatoria, ni la más mínima posibilidad de escapatoria: El Loco ya la cojía a su manera, corcoveando encima de ella, clavándole las espuelas y sin perderse la ocasión de estrellarle el cráneo contra el acerado respaldar.

"Pronto, ya, ¡quiero!", musitó Alcira Fafó, a mi lado. Yo me cubrí con las sábanas hasta la cabeza y me fui retirando, reptando, hacia los pies de nuestro camastro. Una vez allí aspiré hondamente el olor de nuestros cuerpos, que nunca lavamos. "Las fuerzas de la naturaleza se han desencadenado", dije, y me zambulií de cabeza en la concheta cascajienta de Alcira Fafó. Sebastián -digámoslo-, mi aliado y compañero, el entrañable Sebas, apareció en escena: "¡Viva el Plan de Lucha!", cacareó, desde su rincón. Yo iba a contestarle, estimulándolo, mas no pude: El Loco Rodríguez, que ya había concluido su faena con la Carla Greta Terón, comenzó a hacerme objeto -y no ojete, como dice Sebasó de una aguda penetración anal, de un rotundo vejamen sexual. Con todo, peor suerte tuvo mi pobre amigo, cuyos ojos agónicos brillaban, intermitentes, en el solitario rincón que le habíamos asignado, rincón donde yacía -todo el tiempo- entre trapos viejos y combativos periódicos que en su oportunidad abogaron por el Terror. (Como nunca le dábamos de comer parecía, el entrañable Sebas, un enfermo de anemia perniciosa, una geografía del hambre, un judío de campo de concentración-si es que alguna vez existieron los campos de concentración-, un miserable y ventrudo infante tucumano, famélico pero barrigón).

Y así, cuando advirtió que la fiestonga se iniciaba, la fiestonga de garchar, se entiende, empezó a arrastrarse con la jeta contraída hacia el camastro donde Alcira y yo nos refocilábamos, con el agregado, a mis espaldas, del abusivo Loco, nuestro Patrón: nunca le dábamos de cojer al entrañable Sebas, casto a la fuerza, recontracalentón, que ahora débilmente se arrastraba hacia el camastro, barriendo con la cara casi las baldosas, deteniéndose numerosas veces para recuperar el aliento vital, y murmurando a cada paso "CGT, CGT, CGT...", como para despistar, o, en una de esas, a modo de oración. Él se apoyaba en sus brazos -menos gruesos que palos de escoba- y con los pies se impulsaba hacia adelante, no sin cierto fervor. O mejor dicho todo fervor. Para siempre lo tengo retratado en mi memoria al extraordinario Sebastián. Juntos militamos en la Guardia Restauradora, años, años atrás.

Y yo lo miraba acercarse a pesar de que los rempujones del Loco no me dejaban mucho tiempo ni muchas ganas para la ecuánime, objetiva observación ¡Dogmático Sebastián! Su mirada era poesía, la revolución. Cada uno de sus movimientos trasuntaba un agradecimiento infinito hacia nosotros, que le íbamos a permitir -él creía- sacudirse la soledad de su carne y de su espíritu así como un perro se sacude el agua de la mar. Y si se lo permitíamos -en esa dirección su privilegiado cerebro empezó a funcionar-¡qué importaba que nunca le diéramos de comer ni de cojer! ¡Qué importaba que su estómago siempre vacío segregara esa baba verde cuya fetidez tornaba irrespirable el aire de nuestro agusanado cuarto! ¡Qué importaba que viviera entre vómitos de sangre, molestando incluso nuestro sueño porque cada una de sus arcadas era una especie de alarido sin fe! ¡Qué importaba qué!

Adelante camarada Sebastián, entrañable amigo, perro inmundo. Casi llegó a tocarnos con sus transparentes manos. Yo estaba preso en la cárcel formada por los brazos del Loco y con la cabeza sumergida en el bajo vientre de mi cajetoidea Alcira. Mi gran amor se desbordaba. Sentí en el centro en el cero de mi ser las vibraciones eyaculatorias del pijón del Loco, mientras el clítoris de Alcira Fafó, enhiesto y rugoso, me hacía sonar la campanilla, a rebato; pero vi, vi sin embargo de reojo cómo el temible, purulento Sebastián, intentaba acariciar las bien plantadas nalgas que sobre las mías galopaban, el culo de nuestro abusivo Dueño y Señor. Entonces, malévolo y dulce a la vez, con el talón le pegué al Loco desesperadas pataditas avisativas en sus fuertes pantorrillas, pataditas objetivamente alcahueteantes, caro Sebastián. Tal como yo lo esperaba (¿y era acaso para menos?) el Patrón reaccionó de inmediato. Después de echarme su guascón en mis adánicos adentros, se irguió y le aplicó un fabuloso patadón en la garganta a mi pobre amigo: de boca abajo que estaba lo puso boca arriba. Todo un espectáculo, el musculoso pie, magníficamente posado en el suelo después del golpe, recortándose nítido contra el cuello del derrotado: yo lo vi con mis propios ojos, y qué lejos aquellos tiempos, Sebastián, cuando un suboficial dado de baja por la libertadora pacientemente nos enseñaba el marxismo.

Y un hilito de baba se le escapó al entrañable Sebas por la comisura -izquierda- de los labios. Sus intermitentes ojos rodaron varias veces en una y otra dirección. Intentó limpiarse la boca con la mano, pero su extrema debilidad hizo que el gesto abortara: a la mitad de camino la mano no resistió más y sobre la panza enorme se le derrumbó. Los cuervos planearon sobre su figura, y yo, adolorido por la reciente penetración, lié con el elástico de las bombachas de Alcira Fafó una bolsa de hielo al área de mi desfloración.

Y también intercedí en un arranque de pietismo para que El Loco espantara a los pajarracos rapiñosos, aunque uno de ellos igual tuvo tiempo para arrancarle el dedo índice derecho al pobre Sebas, de un picotazo y tirón. Y eso era el dolor, todo el dolor, y no todo el dolor. Tenaces gotas de sangre brotaron de la frente de Sebastián. Yo me largué a llorar con desesperación. Como en la infancia: arrodillado en un rincón de la pieza, escondiendo la cara bajo el sobaco y aspirando el chivo olor. Las cucarachas me subían por la parte posterior de los muslos y, salvando el breve obstáculo de la bolsa de hielo, sometían mis lomos a una exhaustiva exploración. Entretanto, El Loco Rodríguez -Hijo de Puta Amo y Señor- espantaba, en efecto, a los cuervos, mas tratándolos como si fueran viejos amigos que se han puesto un poco pesados con el alcohol y los recuerdos del tiempo que se fue (y que fue mejor) cuando no era necesaria la insurrección. Y razón -como a nadie- en parte al Loco no le faltó: la atmósfera repentinamente se sobrecargó: "¡A usted lo conocí en una reunión del COR!".

Valiéndose de una enorme regla T, El Loco abrió el grisáceo ventanal del techo para que los cuervos evacuaran la deformada y deformante habitación. De uno en uno salieron, chorreando lágrimas, invocando los sagrados nombres de los caídos en la lucha, en el fragor. Y hasta con un dedo menos firmó en manifiesto el monolítico Sebas. Y El Loco del Látigo, preñador de Carla Greta Terón, desnudo como estaba salvo el orión, medio tórax afuera sacó para despedir a los oscuramente pájaros, sin rencor. En su envión: "Adiós".

Tuvo un ataque de histeria en medio de un pujo la Carla Greta Terón. Todos a una miramos hacia su lecho de parto porque ella yacente empezó a gritar: "Que se viene. Que ya está. Que se que se. Que ya estuvo. ¡Hip, Ra! ¡Hip, Ra! ¡Hip, Ra!". Explicaba en su media lengua que era inminente -y no inmierdente, como dice Sebas-, que ya paría. Y a pesar de nuestras escépticas conjeturas su cuerpo de golondrina empezó a hincharse. Mientras dilataba ella se estrujaba con las manos, de las sienes hacia abajo, para que la criatura bajara. "¡No vaya a ser que se me atranque entre los parietales!", jodió, y El Loco, ni lerdo. Ni perezoso. Le ató a las piernas una bolsa de arpillera con la boca bien abierta para que el chico de mierda cayera en su interior. Había puesto un poco de aserrín en el fondo, además, por si la cabeza se separaba del tronco. Alcira le midió la dilatación de la concha con un centímetro de modista, y luego se repajeó con una enorme vela, ella. Yo, yo me le fui al humo en seguida, al humo regodeante de Alcira, y eyaculé frotando con unción la cabeza del porongo contra la parte áspera-rajada de su talón. Y todos nos perecíamos por minetear o garchar o franelear o rompernos los culos los unos a los otros: con los porongos. Hasta el exangüe Sebastián intentó un esbozo de sonrisa lúbrica, que era una verdadera elegía a los terremotos carnales, al ejercicio o no de la procreación. Entonces apareció. Tras hacer trizas la carne rosada de la cajeta de su madre Carla Greta Terón. La cabeza raquítica. Con una boquita no mayor que el punto de un lápiz. Pero con los ojos inmensos. Inmensos de espléndidos, de tristes, de grandes: Atilio Tancredo Vacán, su cabeza emergió.

"¡Loado sea!", regurgitó El Loco cayendo de rodillas sobre un montón de turro maíz. Alcira, con los brazos abiertos, recibió un baño de luz ventanal en su cuerpo desnudo, y su vagina sonrió. Sebastián besaba mis pies enfundados en unas sucias medias negras, largas hasta las ingles, -sucias medias negras de sucio seminarista- que, junto con el escapulario, constituían toda mi vestimenta. Y previendo lo que iba a ocurrir me erguí, sin restarle un solo centímetro a mi estatura. Era un deber hacerlo, aunque la humildad taimada que me caracteriza procurara estrangularme con mis propias manos. La baba pegajosa que fluía de mi boca me mojaba el cuerpo. Rasgué, sin embargo, todos los tapices a mi alcance. A traición, claro que a traición. Mutilé las bordadas escenas del bien y del mal, deformé su sentido, mordí algunas con mis dientes mellados. A traición. Salía un juguito dulzón, asqueroso y de rechupete y con sabor dulzón. A traición. Y todos estábamos modificados por la presencia del inmodificante Atilio Tancredo Vacán. Salté en todas las direcciones: ¡una nueva relación! Y ¡en! relación. Hombre con hombre hombre con hombres hombres hombres. Atravesé incluso aros de madera llameantes, y porque El Loco quiso fornicarme al vuelo, se me resbaló -y no relajó, como dice el intraducible Sebas- la bolsa de hielo: y no, a mí no me importó: ¡no eran momentos de andar cuidando el carajo del estilo! Me puse un frac de sirviente y un collar de perro: me los saqué rapidito, ¿no es cierto? ¡Guasca en el ojo! Con los restos de los tapices por mí rasgados me llegué hasta Carla Greta Terón, que ya tenía medio monstruo afuera, y se los di. Di. Y le dije: "¡Tomá, va, Larrecontraputamadrequeterrecontraparió Hijaderremilputas!" ¡Ya! ¡Y no! Me florié luego (y no) en unos pasos canyengues, pero no pude coronar mi baile: entre prematuros estertores, Atilio Taneredo Vaeán, ya definitivamente nacido parido escupido, cayó atroden de la sabol con los brazos y las piernas aplastados contra el cuerpo, al estilo de las momias aztecas. ¡Y no estaba muerto! "Huija", grité, "hurra, hermanos, respira y mueve la cola". Sebastián batió palmas y se arrastró hasta el lavatorio, dejando como siempre limaduras de saliva en el piso; y se prendió a la goteante canilla, lamiéndola, para engañar el estómago. El Loco, que no cabía de gozo en su rayada piel, le hizo un chiste de festejación: corrió tras él, lo tomó de las casi invisibles piernas, y lo metió de cabeza en el inodoro. Y tiró la cadena varias veces como broche de oro. Me reí a más no poder, retorciéndome, a la vez me arrastraba -yo también- hacia nuestro descojonado baño. "¡Uy uy uy, qué bueno!", dije, "hacéselo otra vez; yo te ayudo, Loco". El Patrón me miró con el asco en los ojos, y provisto de súbita jeringa me aplicó una inyección de brillantina sólida: endovenosa. A los tumbos, desesperado, a punto de desmayarme vomitar o cagar hasta las tripas, fui a remodelarme a un rincón, esperando que Sebastián se permitiera algún comentario para arrancarle la piel a dentelladas, convertirlo en una pura llaga. Alcira dijo: "Yo quiero acunarlo a Atilio Taneredo Vacán; a ese chico ya se le para". "Mierda: tomá tomá y tomá: ¡es pa mí nomás!", se opuso la Carla Greta Terón. Alcira Fafó se le abalanzó para degollarla con una navaja, y como se lo impedimos le gritó, a la otra que ya se revolcaba garchando con su hijo: "ojalá que un gato rabioso se te meta en la concha y te arañe arañe arañe, la puta que te parió!"

Estallaron todos los vidrios de la casa, se hicieron añicos. La primer bola de fuego incendió la cabellera de Alcira. Esta vez, en serio, fue necesario recurrir al chiste que se le hiciera a Sebastián, que semiahogado hipaba sobre unos titulares revolucionarios. La segunda bola de fuego calcinó la mano izquierda de Carla Greta Terón. Entonces apareció mi mujer. Con nuestra hija entre los brazos, recubierta por ese aire tan suyo de engañosa juventud, emergía, lumínica y casi pura, contra el fondo del fiord.

Los buques navegaban lentamente, mugiendo, desde el río hacia el mar. La niebla esfumaba las siluetas de los estibadores; pero hasta nosotros llegaba, desde el pequeño puerto, el bordoneo de innumerables guitarras, el fino cantar de las rubias lavanderas. Una galería de retratos de poetas ingleses de fines del siglo XVIII brilló, intensamente, durante un segundo, en la oscuridad. Pero no se acabó lo que se daba. Continuó bajo otras formas, encadenándose eslabón por eslabón. No perdonando ningún vacío, convirtiendo cada eventual vacío en el punto nodal de todas las fuerzas contrarias en tensión. Por algo los vidrios se habían roto y eran bolas de fuego los ojos del lúcido, del crítico Sebastián. Tampoco era casual que mis manos rompieran el invisible aire de su contorno y, algo lastimadas, se extendieran hacia la figura de mi mujer, aunque luego se detuvieran a mitad de camino, crispadas, convertidas en dos puños increpantes, incapaces incluso de la salutación. Ella me mostró sus tobillos: dos muñones sangrantes. Ella transportaba en la mano derecha sus pies aserrados. Y me los ofrendaba a mí, a mí, que sólo me atrevía a mirarlos de reojo. Que no podía aceptarlos ni escupir sobre ellos. Que ahora miraba nuevamente hacia el fiord y veía, allá, sobre las tranquilas aguas, tranquilas y oscuras, estallar pequeños soles crepusculares entre nubes de gases, unos tras otros. Y hoces, además, desligadas eterna o momentáneamente de sus respectivos martillos, y fragmentos de burdas svásticas de alquitrán: Dios Patria Hogar; y una sonora muchedumbre -en ella yo podía distinguir con absoluto rigor el rostro de cada uno de nosotros- penetrando con banderas en la ortopédica sonrisa del Viejo Perón. No sabemos bien qué ocurrió después de Huerta Grande. Ocurrió. Vacío y punto nodal de todas las fuerzas contrarias en tensión. Ocurrió. La acción -romper- debe continuar. Y sólo engendrará acción. Mi mujer me ofrece sus pies, que manan sangre, y yo los miro. Me pregunto si yo figuro en el gran libro de los verdugos y ella en el de las víctimas. O si es al revés. O si los dos estamos inscriptos en ambos libros. Verdugos y verdugueados. No importa en definitiva: éstos son problemas para el lúcido, para el crítico Sebastián: él sabrá prenderse con su hocico de comadreja a cualquier agujero que destile humanidad. No le damos ni le daremos de comer. Ni de cojer. Jamás. Atilio Tancredo Vacán ya gatea. Chupa de la teta de su madre una telaraña que no lo nutre, seca ideología. El Loco me mira mirándome degradándome a víctima suya: entonces, ya lo estoy jodiendo. Paso a ser su verdugo. Pero no se acabó ni se acabará lo que se daba.

El Loco Rodríguez forzó con el cabo del látigo la puerta del comedor Chippendale. Tomó a Atilio Tancredo Vacán en sus brazos y se sentó a la cabecera de la mesa, acunándolo. Yo engrillé al entrañable Sebas para conducirlo al comedor; allí lo encadené a una argolla de hierro fijada en la pared especialmente para él. Quiso rehuir la cena pretextando su cáncer Alcira Fafó; a mí con esas; le hinqué, sin más, mi estilográfica en un seno, que allí quedó colgando, apenas prendida de la piel, y la obligué -y no ogarché, como dice Sebas- a sentarse a la siniestra del Loco. Quedaba por ubicar Carla Greta Terón, menester incluido en mi pliego de obligaciones porque yo era el maître. Me cuadré, sin embargo, frente al Trompa Capanga, Amo y Señor, esperando órdenes, que no tardaron en llegar. "Traigalá, nomás, rodando en su cama; la rociaremos con unas salsas para evitar que la carne la afecte", dijo, y repitió "ecte", con despectivo gesto, tras lo cual me aplicó (desprecio tras desprecio) un papirotazo en la cabeza de la garcha. Pero no hay amargura que a mí me derrote: hasta el dormitorio fui al trote, golpeándome la boca con la mano, dando alaridos, como hacen los indios. Pegué un resbalón de órdago con el apuro y la payasada, apuro plenamente justificado porque llegué justo a tiempo: Carla Greta Terón ya había llenado de agua su enorme vaso azul de material plástico, y se disponía a abrir la caja de útiles donde guardaba mortales dosis de barbitúricos. "Oh no, no", le dije, "con barbitúricos no, batracia", y la conduje hasta el ventanal del techo y le mostré el fiord grávido de luna. La tomé dulcemente de la mano y le miré el culo con fijeza obsesiva. Tragué saliva. "¿Ves?", le dije, mientras apartaba el humo con la mano para mostrarle una estremecedora asamblea de mecánicos de pie con la soga al cuello. "¿Ves?", insistí, al mismo tiempo que dejaba caer mi sinuoso perfil sobre sus redondas tetas. Un asambleísta caminaba sobre las acolchadas cabezas de los otros, profetizando: "Jamás seremos vandoristas, jamás seremos vandoristas". En seguida quedó inmóvil y empezó a cuartearse. Carla Greta Terón se desperezó como un gato y arrojó las letales pastillas al orinal. Aferré con mis dós manos la caja de útiles (era en forma de barca) y la estrujé contra mi pecho desnudo. "Si yo pudiera poseer esta caja de útiles no me importaría perder el resto", mentí. Y ella, la dulce, la incomparable Carla Greta Terón, asintió con el ondular de su hermosa cabellera. Yo me postré a sus pies y le besé las mantecosas rodillas. Empuñé mi miembro y le aparté con los dedos los pelos vaginales. Copulamos. Fue un polvacho rápido y frenético. Antes de echarnos el segundo ella me convenció de que me sacara las medias y el escapulario, mi única vestimenta. Y medias y escapulario también fueron a morir al orinal. Murieron, y ella y yo nos echamos el segundo. Perfecto. Qué lindos pechos los de Carla Greta Terón. Se los remamé hasta de leche materna empacharme. Cojer fue una gran alegría para ambos, cojer y acabar juntos, moción aprobada por unanimidad. Y cuando entré al comedor empujando la cama, yo, yo era otro.

Simultáneamente Sebastián y yo intercambiamos imperceptibles guiños con nuestros respectivos ojos (izquierdos) de la cara. Vi con alegría sonreír al entrañable Sebas, por primera vez desde que nos expulsaron de MARU: flotaba en el aire que estábamos en vísperas de grandes cambios. Tomé asiento frente al Loco y me anudé al cuello una servilleta a cuadros para no mancharme las tetillas de grasa. El Loco oprimió el botón; se escucho el previsible chasquido y del baúl tabla surgió una fuente de dos metros de diámetro. Veíase en el centro de la misma un gigantesco pavo real asado al spiedo, pero sin recurrir al vulgar expediente de quitarle sus hermosas plumas. También aparecieron docenas de botellas del tintillo de la costa que a mí me hace mover las orejas de alegría. Pero no sé por qué -o lo sé de sobra- se me cerró el estómago. Peor aún. Mis intestinos empezaron a planificar una inminente colitis. Al primer retortijón me doblé en dos y el Trompa Amo y Señor ya me miró con mala cara. "Date", me dijo, "date", repitió, "date tiempo para llegar hasta la chata: una sola vez te lo prevengo". Oh, sí: en la guerra revolucionaria uno tiene que ser ladino: "Si no es nada, si ya se me va a pasar, paisano", contesté, poniendo mi mejor cara de boludo. E ipso facto me cagué con alma y vida. Estruendosamente, para colmo. Una mueca de incontenible ira ensombreció el rostro del Loco, quien con esa habilidad que sólo puede dar la costumbre, sacó de su canana una puntera de acero y la añadió al extremo del Látigo. Pero el asombro lo detuvo, porque yo, mirándolo a los ojos y con una sonrisa de oreja a oreja, me recontracagué nuevamente. Alcira Fafó se mordió una mano para contener el grito, mientras Carla Greta Terón liberaba su angustia macheteándose con un mayúsculo consolador. Fue tremenda mi tercera deposición: salpiqué hasta el cielo raso, el cual quedó como hollado por patas de fieras, aunque era sólo mierda. Y entonces El Loco se resignó; vino hasta mí, me arrastró de los pelos por mi propia porquería, y levantó, dispuesto al castigo, el temible-hermoso LATIGO. El deseo de asegurarse una victoria aplastante, sin embargo, conspiró contra él: antes de empezar a pacificarme giró la vista para vigilar a Sebastián: lo sorprendió en cuatro patas, mostrándole airado sus verdinegros colmillos. Entonces El Loco cifró todas sus posibilidades en su rapidez de tigre. De una patada de taquito lo descuajeringó al estratégico Sebas, y luego se dedicó exclusivamente a mí. El primer LATIGAZO me arrepolló la oreja izquierda. Perdí toda mi tibieza centrista y grité, grité como un poseso: "¡Arriba los Pobres del Mundo!", y "¡Atrás, Atrás, Chancho Burgués!". El segundo me incrustó el esternón en la pared del estómago, toda cubierta de musgo. El tercero me arrancó un testículo y vi mi sangre. Con ella regando las baldosas del piso, inicié un desaforado recule en dirección al guerriloto Sebas, quien cuando estuve a su alcance me recibió con una tocadita de upite a modo de aliento y de saludo. El Señor Amo Capanga Loco levantó su látigo para estrechar vínculos conmigo por cuarta vez, y como de costumbre yo estuve en un tris de salir cagando aceite. Se me ocurrió llamar a la Sociedad Protectora del Prototraidor, pero un trallazo se me introdujo en la boca cuando la abrí para gritar: "Auxilio, socorro al cagón", a través del teléfono.

Sebastián gesticuló, muequeó, supuró, parió. Rápidamente yo tenía que definir la situación. La cantidad se transforma en calidad. O los fabulosos latigazos del Loco terminarían gustándome, era de cajón. Uno más y a la mierda la rebelión. Entonces, el lúcido, insurrecto Sebastián, volvería a pasarlas muy mal acusado de ideólogo: nuevamente para él, ayunos, lecturas censuradas, pizcas de picana, castidad, prohibidas incluso la homosexualidad a solas y la solidaria masturbación. Y tuvimos suerte, sin embargo: El Loco volvió a desviar su atención hacia Sebas, que pretendía refregarle por el rostro un panfleto recién redactado. El Patrón Rodríguez lo pateó un poco al livianito Bástian, hizo jueguito con él para obligarlo a planear por el aire; cuando Sebastián planeó, ensartóle El Loco el mango del látigo en el raquítico culo; Sebas describió su parábola profiriendo un "ah" melodioso, y postróse en un rincón luego del inevitable estrellamiento de su cráneo contra el muro: evidentemente, nuestra anterior militancia en el MRP no nos estaba sirviendo de mucho.

Patria o Muerte: reaccioné con todo. Me le prendí con los dientes del carnudo hombro al restallante Loco. Parando los ojos como un santito vi el agrandamiento de los poros de su cara, el extrañamiento de cada fibra de su piel. Como dándole un vuelco al mundo, contemplé toda su gama de fisuras. Descubrí que tenía dientes postizos, nariz de cartón, una oreja ortopédica (de sarga). Sebastián comprendió lo que estaba ocurriendo y carcajeó por mí, allá en su rincón. Atilio Tancredo Vacán fue amorosamente depositado sobre el intacto pavo y las mujeres iniciaron un baile esgrimiendo cuchillos y tenedores: ellas estaban desnudas.

La sangre del Mordido en olas se me colaba entre los dientes y me inundaba la boca. La Carla Greta Terón convertida ya en una S, en una Z, en una K o en una M rabiosa señalaba desesperada los huevos de nuestro ex amo y señor. Les pegué un rodillazo y se hicieron añicos: construidos estaban de frágil cristal. El Sebas se las ingenió como pudo para traerme la morsa. Apreté con ella la pierna derecha del Capado y comprobé con placer que la misma se encogía y enflaquecía tremendamente, hasta parecer la piernezuela despreciable de un bebé de pocos meses, algo que daba asco. El abrileño Bastián sometió su cuerpo quebrantado por el exilio a otro esfuerzo encomiable: arrastró hasta mí el descomunal revólver del Lejano Oeste que el Apretado guardaba celosamente en un cajón de ciruelas. Al entregármelo él reía como un bendito, y de puro gaucho corajudo y montonero nomás se encaprichó en montar el gatillo. Desde diez centímetros de distancia. apunté: la mira del revólver enfocaba la rodilla izquierda de Rodríguez. Oprimí el gatillo. ¡Qué infantil alegría cuando sonó el disparo! La bala se incrustó entre los quebradizos huesos sin orificio de salida. Hubo un derrame interno y -advertí- la pierna se puso negra. Repetí la operación ahora con el oído derecho del Baleado. Apreté el gatillo. Sonó el disparo. La cara, el cráneo entero del Iguez se puso negro. Ennegreciósele hasta el blanco de los ojos. Sólo la dentadura apretada-encastrada hasta crujirle de dolor permaneció blanca y luciente. "Ae ae", lo remedaron Alcira Fafó y Carla Greta Terón; y "no lo despenes pronto", me rogaron. "Y dale dale dale" mumuró haciéndose el chiquito el burguecida Bastiansebas, quien ya despojado de innecesarias reglas de seguridad, me preguntó: "¿Cómo te llamas?". "Rondibaras, Asangüi, Mihirlys", repuse, y él me tranquilizó con un rotundo "ta bien" mientras se apretaba el ombligo para que el pus saliera. Atilio Tancredo Vacán guardaba un terco silencio, pero se hacía la paja.

Y no todo era mentira, cosa prefabricada, representación dolosa en la estructura de Rodríguez, jaspeada por hermosas vetas de carne humana. Apunté a una de ellas; hice fuego con cierta tristeza; la sangre avanzó hacia mí como pidiéndome amparo. ¿Y si se lo daba? El rojo chorro en espiral se me anudó al cuello igual que una bufanda. La dogmática, lúcida Alcira, me increpó: "Rajáte ya mismo de ese repugnante-pugñoso oropel ! ". Desgarrándome, cabalgando sobre ciertas inquietudes del pasado -que al fin y al cabo existió- me rajé del oropel. Cerré los ojos e intenté continuar mi obra, en el último minuto. ¿Y si al Agonizante le propusiera un Frente, un Pacto Programático sobre la base de. Por qué no? Temblé. Ahora las riendas de la situación estaban en las manos de la implacable Alcira Fafó, Amena Forbes, Aba Fihur. Que me apartó de un empujón y clavó en la nuca del Sangrante un esterilizado punzón de cincuenta centímetros de largo. Rez murió en el acto. El revólver colgaba flojamente de mi brazo. Basti me miró a mí y yo a él: habíamos vivido para ese momento.

La habilidad de Arafó nos marginaba. Ella se movía como un pez en el agua. Con impecable y despersonalizada técnica organizó el descuartizamiento del hombre que acababa de morir; luego, hizo un rápido movimiento, imperceptible casi, para agarrar el látigo, pero, astuta se contuvo. Primero seccionó el pito, que fue a parar, dando vueltas por el aire, a las manos de Cali Griselda Tirembón; de ellas, a una sartén con aceite hirviendo. Lo que quedó de la hermosa veta de carne humana encontró su destino final en nuestro pútrido inodoro: Aicyrfó tuvo el especial cuidado de dividir la veta en pequeños trozos con su ALFILER De Marras, para luego hacerlos desaparecer sin pérdida de tiempo. Cortó también la pierna achicada y se la dio a despellejar a Alejo Varilio Basán, fanático de la masturbación. Ella se comió los ojos. Cagreta la cabeza entera. Yo, una mano crispada. El Basti lamió en su rincón trozos irreconocibles, y unas hormigas invasoras liquidaron el resto.

Sonó el gong. Era La Loca del Alfiler haciéndolo sonar. Sonó el gong. Era ella, levantando la tapa de la sartén y aspirando el aroma con fruición. Probaba con una bolita de miga de pan el ahora vitaminizado aceite y nos miraba a todos con ojos chispeantes. Golpeó otra vez el gong y luego batió palmas con el Alfiler entre los dientes. Todos nos sentamos a la mesa sin chistar. Nos sirvió a cada uno un pedazo de porongo frito, que cada uno devoró a su manera, murmurando apenas aquello de "con tu pan te lo comas". Recuerdo que me soné los mocos con los dedos y me los colgué de las pestañas, como si fueran lágrimas. Tenía perfecta conciencia.

El desesperado rumor venía de la sala. Mi mujer sometía la cerradura del ventanal del techo al trabajo de sus dientes. Sin pies, era difícil que pudiera afirmarse, abrir, luego de romper la cerradura con los dientes. Cedió la cerradura con un clanc de lo más austero. El barco partió, zarpó una vez más, luego de dejar a su única pasajera. Ella apareció en la puerta del comedor con la boca destrozada pero sin nuestra hija, que ahora seguramente aguardaba en algún lugar del puerto, otro barco, que tampoco tardaría en zarpar. Mi mujer apretó los labios. Sus ojos azules a todos nos abarcaron, en silencio. Vino hasta mí y me enseñó sus muñecas: dos muñones sangrantes. Apretaba entre las encías sus manos aserradas. Sin rabia, las escupió sobre la mesa. Hice un esfuerzo y me aproximé para verlas, verlas con los ojos bien abiertos. La izquierda se posó sobre la derecha; luego, la derecha sobre la izquierda. Tomaron una flor artificial del centro de mesa y la estrujaron. Los pétalos me golpearon en plena cara. Ella se fue, caminando de rodillas.

Las inscripciones luminosas arrojaban esporádica luz sobre nuestros rostros. "No Seremos Nunca Carne Bolchevique Dios Patria Hogar". "Dos, Tres Vietnam". "Perón Es Revolución". "Solidaridad Activa Con Las Guerrillas". "Por Un Ampliofrente Propaz". Alcira Fafó fumaba el clásico cigarrillo de sobremesa y disfrutaba. Hacía coincidir sus bocanadas de humo con los huecos de las letras, que eran de mil colores. Me lo agarró al entrañable Sebas de una oreja y lo derrumbó bajo el peso de la bandera. Yo la ayudé a incrustarle el mástil en el escuálido hombro: para él era un honor, después de todo. Así, salimos en manifestación.

Octubre 1966 - Marzo 1967.



Paradojas


Segunda corresponsalía de Melandri, esta vez más calmo (probablemente post coital) y vuelto a la lucha de clases.
De todos modos, no le pertenece, es de Eduardo Galeano.

Eduardo Galeano: Paradojas

La mitad de los brasileños es pobre o muy pobre, pero el país de Lula es el segundo mercado mundial de las lapiceras Montblanc y el noveno comprador de autos Ferrari, y las tiendas Armani de Sao Paulo venden más que las de Nueva York.

El Banco Mundial elogia la privatización de la salud pública en Zambia: "Es un modelo para el Africa. Ya no hay colas en los hospitales". El diario The Zambian Post completa la idea: "Ya no hay colas en los hospitales, porque la gente se muere en la casa".

Hace cuatro años, el periodista Richard Swift llegó a los campos del oeste de Ghana, donde se produce cacao barato para Suiza. En la mochila, el periodista llevaba unas barras de chocolate. Los cultivadores de cacao nunca habían probado el chocolate. Les encantó.

Los países ricos, que subsidian su agricultura a un ritmo de mil millones de dólares por día, prohiben los subsidios a la agricultura en los países pobres. Cosecha récord a orillas del río Mississippi: el algodón estadounidense inunda el mercado mundial y derrumba el precio. Cosecha récord a orillas del río Níger: el algodón africano paga tan poco que ni vale la pena recogerlo.

Las vacas del norte ganan el doble que los campesinos del sur. Los subsidios que recibe cada vaca en Europa y en Estados Unidos duplican la cantidad de dinero que en promedio gana, por un año entero de trabajo, cada granjero de los países pobres.

Los productores del sur acuden desunidos al mercado mundial. Los compradores del norte imponen precios de monopolio. Desde que en 1989 murió la Organización Internacional del Café y se acabó el sistema de cuotas de producción, el precio del café anda por los suelos. En estos últimos tiempos, peor que nunca: en América Central, quien siembra café cosecha hambre. Pero no se ha rebajado ni un poquito, que yo sepa, lo que uno paga por beberlo.

Carlomagno, creador de la primera gran biblioteca de Europa, era analfabeto. Joshua Slocum, el primer hombre que dio la vuelta al mundo navegando en solitario, no sabía nadar.

Hay en el mundo tantos hambrientos como gordos. Los hambrientos comen basura en los basurales; los gordos comen basura en McDonald´s.

El progreso infla. Rarotonga es la más próspera de las islas Cook, en el Pacífico sur, con asombrosos índices de crecimiento económico. Pero más asombroso es el crecimiento de la obesidad entre sus hombres jóvenes. Hace 40 años eran gordos 11 de cada 100. Ahora, son gordos todos.

Desde que China se abrió a esta cosa que llaman "economía de mercado", el menú tradicional de arroz con verduras ha sido velozmente desplazado por las hamburguesas. El gobierno chino no ha tenido más remedio que declarar la guerra contra la obesidad, convertida en epidemia nacional. La campaña de propaganda difunde el ejemplo del joven Liang Shun, que adelgazó 115 kilos el año pasado.

La frase más famosa atribuida a Don Quijote ("Ladran, Sancho, señal que cabalgamos") no aparece en la novela de Cervantes; y Humphrey Bogart no dice la frase más famosa atribuida a la película Casablanca (Play it again, Sam).

Contra lo que se cree, Alí Babá no era el jefe de los 40 ladrones, sino su enemigo; y Frankenstein no era el monstruo, sino su involuntario inventor.

A primera vista, parece incomprensible, y a segunda vista, también: donde más progresa el progreso, más horas trabaja la gente. La enfermedad por exceso de trabajo conduce a la muerte. En japonés se llama karoshi. Ahora los japoneses están incorporando otra palabra al diccionario de la civilización tecnológica: karojsatsu es el nombre de los suicidios por hiperactividad, cada vez más frecuentes.

En mayo de 1998, Francia redujo la semana laboral de 39 a 35 horas. Esa ley no sólo resultó eficaz contra la desocupación, sino que además dio un ejemplo de rara cordura en este mundo que ha perdido un tornillo, o varios, o todos: ¿para qué sirven las máquinas, si no reducen el tiempo humano de trabajo? Pero los socialistas perdieron las elecciones y Francia retornó a la anormal normalidad de nuestro tiempo. Ya se está evaporando la ley que había sido dictada por el sentido común.

La tecnología produce sandías cuadradas, pollos sin plumas y mano de obra sin carne ni hueso. En unos cuantos hospitales de Estados Unidos los robots cumplen tareas de enfermería. Según el diario The Washington Post, los robots trabajan 24 horas por día, pero no pueden tomar decisiones, porque carecen de sentido común: un involuntario retrato del obrero ejemplar en el mundo que viene.

Según los evangelios, Cristo nació cuando Herodes era rey. Como Herodes murió cuatro años antes de la era cristiana, Cristo nació por lo menos cuatro años antes de Cristo.

Con truenos de guerra se celebra, en muchos países, la Nochebuena. Noche de paz, noche de amor: la cohetería enloquece a los perros y deja sordos a las mujeres y los hombres de buena voluntad.

La cruz esvástica, que los nazis identificaron con la guerra y la muerte, había sido un símbolo de la vida en la Mesopotamia, la India y América.

Cuando George W. Bush propuso talar los bosques para acabar con los incendios forestales, no fue comprendido. El presidente parecía un poco más incoherente que de costumbre. Pero él estaba siendo consecuente con sus ideas. Son sus santos remedios: para acabar con el dolor de cabeza, hay que decapitar al sufriente; para salvar al pueblo de Irak, vamos a bombardearlo hasta hacerlo puré.

El mundo es una gran paradoja que gira en el universo. A este paso, de aquí a poco los propietarios del planeta prohibirán el hambre y la sed, para que no falten el pan ni el agua.

Solidaridad.net, 10/09/04

Libros incunables


A continuación, la primera corresponsalía de puño(eta) y letra de Melandri.

Si es menor de edad, o se espanta con el lenguaje soez, procaz y pornográfico, no lea este post.

Creo que Melandri necesita ayuda...


Estimado Perozzi Apóstata,
cumpliendo con mi obligación de corresponsal exclusivo, olvídese del prof. Weissenstein, le envío por este medio un breve resumen, con algunas citas, de un incunable encontrado en la biblioteca de mi abuelo Ermenegildo Melandri, recientemente fallecido. Este pesado volumen, que mi abuela Margherita atesoraba en su mesita de luz, se intitula Teoria è prattica dell soplatura dell cannoli, y fue escrito por fray Guglielmo Mostaccioli di Matarazzo en 1426 de nuestra era, quién fuera años más tarde arzobispo de Cognazzo en la región de Rassuratta.
Este extenso manual contiene una serie de highlights, que desde el prólogo nos introduce el autor, con su prosa de incuestionables virtudes literarias, "all'arte della satisfaccione e tradizione orale popolare per la felicidà dell caballero e la dama, e anche il finocchio", aprendido en años de vínculos espirituales con la feligresía. "Questo manuale sirve a tutti quanti, le mujere chupatori, con esperianzia e senza, virgene e desvirgada da tempo remoto, asì come per il usuario della soplatura".
Veamos entonces algunos consejos iniciales: "la doncella tene que arrodillarse per avvere la testa alla altura dell cazzo e empezare a frottare la lingua con la testina di dicho cazzo. Il beneficiario della soplatura devve agarrare el cabello della signorina, signora o ancche vedova o cornuta, è iniziare lo movimiento de vaivén a lo lungo della poronga... reccomiendo que (la ejecutante) agarre li coglioni con la mano destra e apoye la testa dell falo sobre la lingua, come si estuviera tomando mate, all estillo delli indios dell sud dell continente todavia non scoperto". También nos brinda algunas ventajas de su oficio como oficiante de misas y perdones, "il mejore lugare è il confesionario, ma percchè?, percche mi piace que me chuppen la porongen, mientra imparto trè o quattro l'ame María e dissimulo con la sotana".
Consejos para los recién iniciados en "l'arte bolognese... se la fancciulla e muy giovanne, non convviene avvisare mientra hace il pompino, è uno està a punto de ellaculare, è conveniente rociare alla porca puttana con il latte di mipalo per la faccia, Porcoddio!! Ahhh! Se me è escappato... se la bella raggazza ha ortodoncia, per favore, abstenerse della fellatio, sino alguno alambre suelto li deja il nabo con un piercing dolorosíssimo!! Mejore hacere una sega spagnola (con le tette, alla turca)".
"La donne gourmet que prattican il ingoio, es decire la chiamadita a Tokyo, gologolglooggg, sono le più appreziatas per lo maschio latin-lover calentoni, la mejore una albanesa que se chiamavva Teresa, la petera... Se la signorina porca e puttanella è una professionale de dudoso origine, dominicana per ejemplo, è obbligatorio el uso dell profillatico condone, per favore, se no puede contaggiare il morbo sifilìtico"
También contiene este importante manual, sólo comparable con el Kamasutra, unas breves notas autobiográficas: "Io tenia diecisette anni cuando despuè della partita de calcio, il obispo Paolino Sacheriottolo si levantò la sotana e tenia una grossa minchia all palo estaba, e me dijo ciucciami il cazzo, figliola cullatina, e io probé la puntita e me gustò. Ti piace? Te gusta, femminuccia? Si, me gusta. Ahh, que dura... slupslurp mmm grosso cazzo, buono, buono. Ehh, si te gustó, metétela en el culooo!!!"
Con mucha sabiduría sostiene Guglielmo que "lo macho stupido tienne que dejare de essere tan pelotudo in credere que il piacere è solo dell uomo, a le donne hay que dare placere con una buena ciuppatura de figa, e ancche de clitorì, che per la mujere la soplatura di cannoli non termine como chupare un palo de escoba o peppino, non ser reciproco con il piacere è di finocchio pacquero con omosessualità reprimida".
Cuando pueda le alcanzo el manual, también lo puede bajar en pdf de soplaturadicannoli@garratedesta.com.it
Atte.
Rambaldo Melandri