Corro la alcantarilla, asomo la cabeza con cuidado y respiro el aire fresco de la 5
ta Avenida y
Suipacha.
Inevitable como todos los días a esta hora, siento la horrible presión de los pulgares de la luz de la tarde en mis pupilas acostumbradas a la oscuridad dilatada.
Esta vez nadie me señala ni dice, Miren aquel nauseabundo vagabundo: todos miran hacia arriba (a alguno se le cae el sombrero pero no le importa y deja que el viento se lo lleve).
Un
lustrabotas intenta contarle a un ciego
gesticulando y apuntando al cielo.
Allá arriba, lo que hay, es un rascacielos, el
Empire State, para más precisión.
Colgado del pararrayos del último piso hay un gigante.
Mira hacia abajo. Supongo que nos mira a nosotros que lo miramos.
Debe medir (...); sí, alto como 10 pisos. Se agarra con una mano y gira sobre la torre. Parece un loco. Me hace acordar a
King Kong. Pero eso fue en los años 20. ¿Pasó de veras, o era una película? La verdad es que nunca se supo. Quedó como el gran mito americano "el gorila gigante del islam". El gobierno lo invoca para conseguir más presupuesto de guerra. El mes pasado, sin ir más lejos...
ey, saltó en el aire y aplastó de un aplauso al avión militar que lo revoloteaba y le hacía señas para que desista y descienda.
Ahora grita y los vidrios de las vidrieras han estallado. Mis cabellos greñosos quedaron ordenadamente peinados hacia atrás, como si hubiera viajado 1000 millas en una Harley a fondo y sin casco (obvio, sino adiós metáfora).
¿Usted entiende lo que dice, señor? ¿qué quiere el gigante?
Es
increíble, nadie quiere hablar con un vagabundo; como que lo fuera a infectar. Y ustedes dependen de lo que yo les cuente, que bien puede ser mentira, pero no les queda otra que creerme. ¿Que se están aburriendo? Caramba, qué poca paciencia. Lo que pasa es que están tan acostumbrados a los efectos especiales que ya nada les sorprende. Les cuento que hay un gigante colgado del
Empire State y (de nuevo) todos piensan en
King Kong y no les parece sorprendente lo que les estoy contando. Hubieran preferido naves extraterrestres, tal vez; olvídenlo: desde los lamentables y embarazosos incidentes de Pennsylvania y Daytona Beach prometieron no volver nunca más a este mundo. Si algo tenía esta gente era determinación (nos queda de recuerdo de su visita la (...)).
Para que vean que no soy un mentiroso les describiré al gigante que está cada vez más inquieto.
Tiene cabello oscuro y bigote como Clark Gable.
Viste un traje gris plomo, camisa blanca, corbata roja, zapatos negros, medias blancas (espantosa combinación).
Tiene caries en las muelas anteriores: lo comprobé cuando abrió su
bocota para gritar.
Dientes amarillos (debe fumar... ¿dónde consigue los pitillos?).
Un pañuelo en el bolsillo del saco... no, no es un pañuelo porque se mueve y agita los brazos: es una mujer, rubia y está histérica (no es para menos: los bolsillos no son adecuados para
trasportar gente). Habrán tenido una historia de amor, seguro (pobre él).
Mi nombre es
Thomas Colt, los vagabundos
nauseabundos también tenemos nombre.
Yo fui un rico corredor de bolsa de
Wall Street (
Av. Corrientes y
Washington St.) hasta que un día... eh, eh, bueno, bueno, no hace falta ponerse violentos, les sigo contando sobre el gigante y la chica: siguen ahí.
Eee, no.
Ya no están.
Ah, ese ruido terrible de hace instantes era...
Eran...
¿Murieron los dos?
Él, sin embargo, todavía respira.
Ya no, tiene razón.
Quién limpiará toda esa sangre, eh.
Bien, eso es todo.
Ahora vamos a investigar la basura para una cena como dios manda (ya cacé una rata que parece
cuis, muy sabrosa, recomendable, muchas
proteinas).
Hasta aquí llego: solo escribo cuentos de una página.
(Bueno, che, me pasé unos renglones, nada más).