11/11/08

A lo sumo siete días


Nadie le prometió tanto tiempo.
Nació muy débil en el otro siglo, la matrona decía en los pasillos que no iba a vivir mucho, a lo sumo siete días.
Sin embargo fue niña. Claro que tuvo todas las enfermedades posibles: viruela, sarampión, una misteriosa lepra que casi no le dejó rastros, la fiebre amarilla del año '23, hasta la letal tuberculosis. Los médicos no se explicaban cómo se sobrepuso al temible bacilo de Koch.
A los 16 años un amor le correspondió mal, subsumida en aflicciones cruzó la calle sin ver el carro de la policía que la levantó 4 metros por el aire mientras perseguía al sátiro tan buscado. Fue internada con fracturas múltiples, conmoción e inconciencia que le duraron poco más de dos años.
Se casó con un buen muchacho, trabajador, albañil que prometía traerle hijos, paz y amor por el tiempo siempre frágil que le quedaba. Pero una tarde un compañero de la obra vino a decirle que tal como José, el padre putativo del Nazareno, se había caído de un andamio y que por tanto había muerto.
Con cuatro hijos a cuestas remontó la vida, no sin sufrir de gota, artrosis, hernia y una bronquitis crónica que le dejaron los tiempos de la tuberculosis.
Siempre delgada, a los 50 perdió los dientes y el pelo, pero su espíritu inquebrantable parecía compensar los achaques físicos; también, con la pensión y ayuda de sus hijos se hizo los dientes postizos y una colección de tres pelucas que alternaba según la ocasión.
No volvió a enamorarse jamás; pretendientes no le faltaron, pero ella no quiso.
Lo que más le gustaba era sentarse sola o con alguna amiga a tomar mate a la sombra del sauce llorón en el jardín mientras contemplaba la reverberación de sus plantas. Cuando el tiempo no daba por el frío o la lluvia lo miraba desde la ventana de la cocina.
Y así pasaba las horas. La radio la acompañó hasta que comenzaron a morirse los locutores que ella escuchaba cuando joven. La televisión le aburre, dice.
Cuando se murió su último hijo casi dejó de hablar.
Los nietos la visitan poco, como casi no habla cuando se encuentran suponen que se encuentra bien.
Cuántos años tiene ya la abuela, le preguntan los hijos de los nietos a sus padres.
Cuántos años tiene ya la abuela, preguntan los tataranietos a sus padres.
Ninguno sabe qué responder, el tiempo sigue pasando, sus parientes y amigos de juventud ya se fueron, se va quedando cada vez más sola, sentada en el jardín mirando crecer y marchitarse las rosas mientras ella, que tan poco iba a durar sobre esta tierra, ahí está, sentadita tomando mate con la mirada perdida.
Esperando.
Ella le confesó a la costurera que ya vivió demasiado, que está cansada, que es tiempo de morirse, pero resulta que cada noche que se va a dormir la despierta un nuevo día.
A veces se pregunta si el haber sobrevivido a tantas enfermedades y accidentes no la habrían inmunizado frente a la muerte.
Otras se pregunta si por un descuido burocrático celestial la Impía simplemente no la tiene en la lista y así puede pasarse el tiempo esperando que no va a venir.
En su jardín las flores y plantas giran alrededor del esplendor y la muerte, mientras ella no termina nunca de marchitarse.
Y maldice, vieran cómo blasfema, Tal vez así me oigan, dice.

1 comentarios:

vfedor dijo...

Brillante !!!
Ya por vivir demasiado, su suerte estaba echada !!!