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20/12/12

¿Volviste?

La principal causa de muerte en las playas tropicales es el coco (cocos nucífera).
En el resto del mundo, la humedad.

Eso fue lo primero que pensé cuando desperté y no pude ver mis pies al costado de la cama pues estaban hundidos en una densa neblina que apenas se levantaba del suelo.

Este hecho podría llamar la atención si no fuera porque la niebla forma parte de nuestro paisaje sin importar la estación del año: al sur está el infinito manglar; al oeste el campo de golf; al este la laguna (el mar). Con semejantes generadores de humedad la niebla cubre todo hasta que el sol la disipa. Tan densa es que suele filtrarse (en realidad, pocas veces) por debajo de las puertas de las casas y extenderse por todos los rincones.

Luego recordé el golpe seco que vino de la sala o la cocina, no lo supe todavía pero ahí entendí lo del coco: fue un sueño partido al medio por la vigilia. Caminé intrigado y me reía a la vez porque al patear la neblina me sentía Drácula o Frankenstein en su castillo. Al llegar a la sala oí correr el agua en la cocina, entré y me senté en silencio. Luego dije:

- Volviste.

Ella estaba de espaldas lavando los platos de la noche anterior y la otra y la otra...
Se dio vuelta, me miró por sobre el hombro, sonrió apenas y siguió lavando.

- ¿Por qué volviste?

Se enjugó el sudor con el puño de la camisa y siguió lavando sin decir nada.

- ¿Qué significa esto, que te vas a quedar, que ya no te vas a ir nunca más, que me querés, te echaron, cuándo volviste, dónde estabas, qué carajo hacés acá?

- Tonto…

- No, en serio, ¿qué te pensás, que podés ir y venir cuando se te cante?

- ¿Tenés más detergente?

Me levanté y me fui al baño. Al volver tenía servido el desayuno humeante como a mi me gusta. El sol entraba por las ventanas, ella y la neblina habían desaparecido.
Los platos estaban limpios y sobre el piso de baldosa fría un coco roto.

-*-

Sus idas y vueltas se repitieron durante muchos años. Unas veces la encontraba, como hoy, en la cocina; otras en la sala sentada mirando la tele como si fuera el primer día; lavándose los dientes en el baño. Hicimos el amor también (sin muchas ganas).

Hay un problema con esta maldita niebla que rodea al pueblo desde siempre: nos da olvido. Es haragán, poroso, de esos olvidos que dejan rastros irreconciliables.
Será por eso que no recuerdo si todo esto ocurrió antes o después de su muerte.

30/5/11

The best disguise ever

Ya era tarde en la redacción del diario, casi todos se habían ido, el olor algo agresivo de los desinfectantes en el agua que utilizaba el personal de limpieza le hicieron arder un poco los ojos. Se quitó los pesados anteojos, se presionó los lagrimales con los dedos y continuó con la escritura. Estaba algo contrariado pues no encontraba la palabra adecuada para terminar la crónica.

María arrastraba con pesadez el trapo limpiador sobre el piso de mármol se escurría el sudor con las manos cada vez más seguido, el calor del verano no cedía en la ciudad y a esa hora, los acondicionadores de aire de "El Planeta" se apagaban.

"¿Concupiscente?, mmm no.", se preguntaba, respondía y se acordaba de Luisa todo a la vez.
La empleada entró al box contiguo para vaciar los cestos de papeles y casi no le prestó atención: la luz y su postura inclinada sobre el monitor de la computadora no le dejaban revelar quién era.
"¿Displicente?, tampoco. ¿Consuetudinario?, no no y no.", por un momento perdió la calma y dio un puñetazo sobre el escritorio. Cómo era posible que él, el mejor, el que estaba por encima de todos, tan cercano y distante a Nietzsche al mismo tiempo, no pudiera encontrar la palabra adecuada, justa, acaso quirúrgica y, por qué no, rimbombante metáfora para terminar su artículo; luego era salir a disfrutar la noche cálida, pensar en ella, imaginarse volando los dos por las nubes del amor (romanticismo melifluo pero literal).

María se quedó petrificada a la entrada de su oficina. El balde cayó de su mano y empapó el suelo y la alfombra.
"Destino", dijo y cruzó la vista para observarla atónita. Luego miró su alrededor y vio el escritorio partido en dos por su golpe. Eso no fue lo peor: en el suelo bañados en agua desinfectante estaban sus lentes de marco grueso. En vano se abalanzó sobre ellos: el rulo renegrido y engominado le había caído sobre la frente desnudándolo para siempre.

Apenas eludiendo la imposibilidad de verbalizar, María se quitó la mano traspirada de la boca y balbuceó:
"¡Sr. Kent, esto es horrible: Ud. es Superman!"

13/8/10

La noche 1002

El príncipe y luego esclavo bengalí, tras errar días abrasadores por el desierto llega con el último aliento hasta un brillo dorado que brotaba de la arena. Descubre que se trata de una lámpara de aceite; al desenterrarla la limpia con las manos y de inmediato comienza a vibrar. En un abrir y cerrar de ojos una nube oscurísima sale de la lámpara y se transforma en un genio de estatura al menos tres veces superior al monte Sinaí.

El hombre aterrado se prosterna ante el genio quien suelta una risotada y le dice:
-Levántate, Hombre, que no es el día de tu muerte. Me has liberado y un deseo, solo uno, he de concederte.

El bengalí se rascó la barbilla y le respondió:
-Mmm, déjame pensar...
-Así sea.

Desde entonces el mundo palideció, se volvió casi trasparente, salvo para el bengalí quien ahora transcribe al Libro el destino de todos mientras Alá, que todo lo mira y conoce porque es más sabio, duerme la siesta.

27/4/10

La 16500

Entró al baño como las 16135 anteriores (las primeras 365 no pudo hacerlo por sus propios medios). Habrá tardado otras 1095 para verse en el espejo (en puntas de pie y haciendo alguna que otra morisqueta). Habrán cambiado los escenarios (se mudó de casa una veintena de veces) y los espejos (su forma, no el contenido).

Pero recién hoy, la 16500 sin sol aún, sintió el piso demasiado frío bajo sus pies y que algo había cambiado: por supuesto, era él (el contenido del espejo).
Hacía años que tenía canas (tempranas) y que el cabello le estaba en retirada silenciosa; lo sabía perfectamente, no era un idota, pero fue durante el comienzo de la 16500 que se dio cuenta.
Ya algo sospechó durante el verano anterior cuando el cuero cabelludo se le quemó donde antes ni lo hubiera imaginado.
Pero ya dijimos que se ha dado cuenta e inspecciona su rostro con detenimiento, como si se tratara de una máscara que está pegada sobre la piel tersa y elástica que predominó hasta, aproximadamente, la 10950.
Entrecierra los párpados y las arrugas se le escurren hacia las sienes.
Abre la boca y verifica que tiene las muelas víctimas de una vendetta, las encías amagan reducirse y que los dientes han tomado un color amarillo pálido aunque dejó de fumar hace unos años y que utiliza el cepillo y crema dental adecuados.
El cuello está firme todavía pero no cree que llegue a la 18250 con todo el colágeno que lo mantiene tenso por ahora.
Recordó cuando se jactaba de poder vivir el tiempo vivido al menos cuatro veces si no le ocurría nada antes.
También cuando redujo ese tiempo a dos vueltas.
Hoy, la 16500, cree que con los avances de la ciencia podrá llegar a la 32850 pero que de nada valdrá porque para entonces, si no vuelve al estado de las primeras 182 (es decir: mearse y cagarse encima) la cabeza no le va servir para mantener ni una conversación ni una erección: las neuronas no son renovables; dios lo quiso así (tu dios).
Las manos le sudaban sobre el lavabo, inútil negar un poco de angustia, ya soy grande, pensó.
El agua caliente comienza a empañar el espejo y sus ojos se le esfuman tras la gota de plata.
Rápidamente pasa la mano por el vidrio y recobra su mirada: está bien, ya no es tan azul como lo fuera hasta la 12775, algo descolorida, pero, caramba, tiene determinación, con destellos de cansancio, sí, pero tiene determinación.

Hoy no se afeita.
Cierra la salida de agua, se viste y sale a la 16500 tarareando algo de The Who.
Sos antiguo, le dijo ayer el Negro.
Chupame un huevo, le contestó.

21/2/10

La otra

Para Meire

A los filósofos les gusta enunciar teorías e imposibles forzando el lenguaje hacia acrobacias que a veces iluminan y otras, por el contrario, entumecen el intelecto. Así, formular un principio de identidad matemático (nada más inútilmente verdadero que las matemáticas) es negar la posibilidad de que haya dos cosas iguales en el universo. La teología se ampara en sí misma para postular la exagerada ubicuidad pero rechaza por blasfemia la posibilidad de coexistir dos objetos en un mismo espacio. Platón, Goethe, Borges, Saramago, entre otros, visitaron con mayor felicidad el problema del Doppelgänger. Ya en un plano más secular, de la opinión (doxa), decir "iguales como dos gotas de agua" es, ya sabemos, un despropósito, una frase hecha y, acaso peor, una mentira.
Lo que estoy a punto de narrar tal vez no aporte luz ni vueltas de tuerca pero les bastará saber que la historia es verdadera (alguna vez dejaré de escribir estos prólogos; será que me gustan los juegos previos).

Ella se sentó a mi lado durante mi último desayuno en el hostel y entre frutas, trivialidades, tostadas y más gente que iba llegando a la mesa, sin saber qué le dio pie y a bordo de un clarísimo portugués, narró lo que sigue:

"Sucedió ya hace (...) años. Al principio supuse que era culpa de la distracción: una tarde en el bar de la facultad un compañero de curso me dijo con cierto disgusto que días atrás, a la salida de una clase, yo no le había devuelto el saludo (creo que él estaba algo interesado por mí, aunque yo no de él, por eso le resté importancia). Tampoco presté demasiada atención a compañeras que me reclamaban mi parte de un supuesto trabajo práctico realizado en el laboratorio la semana anterior. Yo ya lo había hecho con otro grupo otro día; estas confusiones son comunes: los grupos de trabajo se arman y desarman continuamente.
Otro día estuve una hora para desmentirle a una amiga que insistía haberme visto pasar en el auto con su ex-novio. Días después, mis amigas me preguntaron cómo hacía para ir y venir tan rápido ya que me habían visto partir en bus para luego encontrarme en la biblioteca, y yo no sabía qué decirles.

Finalmente, una tarde mientras tomaba un descanso en el patio una estudiante que no conocía me llamó por mi nombre y me pidió que le devolviera el libro de física que -según ella- me había prestado hacía un mes. Cuando le dije que ella no me había prestado nada parecido, que yo tenía el mío y que además, no la conocía, enfureció y me empujó tirándome el café recién comprado sobre la blusa blanca. Para cuando pude reaccionar ya se había ido. Me levanté y fui a lavarme al baño. Mientras me secaba levanté la vista y miré al espejo del baño para acomodarme pero un grupo de chicas se agolparon para arreglarse los maquillajes y me arrinconaron en la esquina. Seguía frente al espejo secando la blusa con una toalla cuando desde el grupo aquél un rostro asomó por sobre mi hombro y quedé paralizada. El espejo siempre nos devuelve la verdad cambiada de lugar y la multiplica ilusoriamente, pero yo no soy tonta y no voy a caer en debates metafísicos estúpidos: la cabeza que nacía como un tallo perverso de mi cuello era igual a la mía. Me di vuelta para salir del embrujo del espejo y allí estaba ella todavía: igual a mí. Yo la inspeccionaba con la vista como si le fuera a encontrar el truco de su increíble parecido conmigo mientras ella, sin decir ni hacer nada, se limitó a dejar que yo la observara con un rigor casi científico.

-¿Te das cuenta de que somos muy, pero muy, parecidas?
Ella asintió.
-¿Cómo te llamás?
No podía ser cierto. Mi nombre es muy raro, pocas personas que conozco lo llevan y ella se llamaba igual.
Me trajo tranquilizó saber que el apellido era otro (aunque luego supe -demasiado tarde, acaso- que en lituano significaba lo mismo que el mío).
Vestíamos las mismas marcas de ropa, teníamos el mismo corte de pelo, las mismas medidas anatómicas (tenía el pecho izquierdo un poco más chico, como el mío), en el lugar del lunar de mi rodilla ella tenía una cicatriz que había oscurecido con el tiempo hasta parecer un lunar. No habíamos nacido el mismo día pero sí el mismo año, yo en verano, ella en invierno (tal vez fuera esa la explicación de su apatía).
La invité a tomar un café pero ella me dijo que hoy no podía, que llegaba tarde a no sé qué y quedamos en vernos al otro día. Al irse sentí la rarísima sensación de verme desde atrás; compensó el hecho de comprobar que mi andar era muy femenino.

La tarde siguiente nos encontramos en un bar, ella siempre me miró con desconfianza mientras yo trataba de agradarle, quería que fuéramos amigas, las mejores, si eso fuera posible. Yo quería conocer a sus padres pero me respondía que vivían lejos, en Manaos y que habían hecho un esfuerzo enorme para que ella pudiera estudiar en la universidad. La invité entonces a conocer a mis padres, pero por algún extraño motivo se excusó, al menos por ahora. Luego comencé a interrogarla para verificar coincidencias; no sin decepción comprobé que casi nada teníamos en común: solo el aspecto exterior y el nombre (como si fuera poco). Le sonó el celular y la observé hablar animada, seguramente su novio. Una depresión terrible me invadió desde que me sentí un espíritu fuera del cuerpo, un fantasma. Ella lo notó y le dijo que estaba ocupada ahora y que luego lo llamaría. Cortó y nos quedamos mirándonos. Yo alcé la mano y la moví en círculos como si estuviera frente al espejo. Ella no me siguió. Me dijo que se le hacía tarde y me sentí una estúpida, amagó sacar la billetera para pagar pero le dije que esta vez invitaba yo.

-Gracias.
Y se fue en el primer taxi.

Pasaron un par de semanas sin saber nada de ella. No me había dado ni su dirección ni su teléfono ni nada como para encontrarla. Nunca quiso salir con mis amigas. Nadie excepto yo había contemplado el milagro de nuestra duplicidad. El tiempo comenzaba a borronearla y hasta, como casi siempre sucede, nos hace dudar sobre el pasado y su veracidad.

Una mañana lluviosa de abril en la que llegué al laboratorio unos minutos antes para preparar el ensayo el salón se sacudió, las puertas volaron arrancadas de sus goznes y la policía entró. Yo no entendía qué buscaban y se los pregunté bastante alterada: habían irrumpido con tanta violencia que caso escupo mi corazón.
Me dijeron que venían por mí, que estaba acusada del homicidio de mi novio y que tenían pruebas irrefutables. Nadie creyó que no tuviera novio. Mis amigas poco pudieron hacer, nos conocíamos poco.
En la policía me mostraron un video en el que claramente estaba yo con mi rostro frío disparando a quemarropa a un joven que yo no conocía.
Inmediatamente pensé en ella.
Naturalmente nadie creyó mi historia y fui condenada a prisión perpetua.”

Una chica de anteojos se animó a cortar el silencio y le dijo:

“-Bueno, tan perpetua no debe haber sido porque estás aquí, muy fresca y de vacaciones.
Su expresión cambió, un brillo frío le cruzó la mirada y respondió:
-Contar la historia de este modo es un poco más entretenido y me lava las culpas. La que está en prisión es la otra.”

27/12/09

La recuperación del Paraíso perdido

Casi al final de principios de año un etiope que buscaba algo que cazar (comida) entre los matorrales descubrió, por azar, claro está, la entrada al Jardín. Antes de que pudiera decir nada el ángel que custodia por siempre sus puertas lo hirió en la sien y parte del omóplato izquierdo con su espada de fuego eterno. El terror le alcanzó para regresar a la aldea y caer desmayado contra la tierra seca.


La noticia tardó en saberse pues los médicos y demás parientes que le cambiaban los paños fríos durante las altísimas calenturas creyeron que la historia balbuceada era un mundano delirio febril. Un antiguo sacerdote de las Escrituras que pasaba por allí pescó al vuelo un dato indiscutible de la boca burlona e ignorante de un hermano menor del joven que jugaba a representar la fantástica historia con otros niños esgrimiendo una rama. Cuando estuvo delante del testigo, guardó una distancia prudencial, lo miró a los ojos que parecían jadear junto con los labios gruesos y cuarteados, soasados por la fiebre. El muchacho comenzó a contar la historia por enésima vez de manera automática, acaso para olvidarla. El sacerdote levantó las vendas sanguinolentas con la punta de su shofal y al juntar el relato con las heridas la terrible epifanía le llevó la mano a la boca y huyó de ahí.

Luego, realizar un par de llamadas por cobrar al exterior, oficializar el hallazgo de la Tierra Original a manos de un arqueólogo alemán, Otto S., y un taxidermista norteamericano, James V., y la llegada de la prensa internacional fue, o así pareció, un mismo único acto.

Desde arriba no se ve, confesó sumamente frustrado un reportero de la CNN al bajar del helicóptero.

La mañana del sábado llegó Spielberg en su jet privado, quien aludiendo a su linaje más que directo con los Primeros Pobladores mantuvo una reunión secreta con el arcángel Uriel, encargado de la administración del predio. Éste le autorizó la filmación de Indiana Jones y el Paraíso perdido y los derechos de explotación de las inexpugnables murallas protectoras de la tierra perfecta que al poco tiempo se vistieron de anuncios estáticos de Nike, Microsoft, Movistar, Banco Santander Río y Garbarino.

En menos de un mes, hábil como la serpiente, si le das la mano te agarra el codo, consiguió la venia para organizar visitas turísticas en las 4x4 que le sobraron de Jurassic Park, cobrando de a billones el ticket de paseo por 15 minutos. El resto de los mortales hubo de conformarse con algunas fotos borrosas del Gran Parque.

Hasta que -siempre hay un hasta que, cuál es la gracia sino- un lunes temprano no cesaban de llegar en cientos de camiones charter pagados por un gobierno sudamericano miles de votantes choripán y tetra que instalaron con precisión quirúrgica un piquete a las puertas del Edén custodiado por el ahora confundidísimo ángel de la espada flamígera.

Por aquí no pasa nadie más, informó con un megáfono un líder piquetero y un cordón de temibles militantes cortó el paso al Huerto Esencial.

El ingreso debe ser libre y gratuito, dice un veinteañero muy avejentado.

Reclamamos comer del árbol del conocimiento, dijo adueñándose del micrófono y señalando a las cámaras una mujer con menos dientes, Sí, queremos saber, Qué cosa quieren saber, le preguntó un periodista, Queremos saber y punto.

Gorilas garcas, devuelvan el Edén
y hagamos viviendas dignas en él.

Exijimos la amnistía para Satanás y a sus aliados por obediencia debida.
Perón y Eva fueron los primeros trabajadores y nosotros sus descendientes directos.

Perón, Perón, qué grande sos.

Evita dignifica.

Perón, Eva y su hijo espiritual, Moyano.

Queremos volver al Paraíso, es nuestra casa por herencia y fuimos desalojados de ella injustamente por el dios de los burgueses, protestaba otro al tiempo que un grupo de rostros ocultos tras pañuelos blancos de la paz, gorra de basquet, palos, bombos y cánticos monosilábicos, incendiaba una montaña de neumáticos que tiznaron de hollín la purísima túnica angelical. Visiblemente irritado, el querubín se disponía a anonadar a los manifestantes de un sablazo cuando de arriba le llegó la orden de no reprimir, lo cual aprovechó otro grupo de cortapasos al pedirle con un guiño, Compañero, préndame el fueguito para hacer unos choris, Quiere un trago, le ofreció vinardo otro para justificar el trueque. Algunos dicen que el ángel aceptó.

La esperanza es lo último que se pierde, pagamos una fortuna para estar aquí, responde al reportero un copto entreabriendo la ventanilla de la combi, Andá a buscar agua para el mate, se filtra por detrás de cámara.

Aunque el viernes habrían llegado a un acuerdo con el arcángel administrador, el sábado, que es el día que no se trabaja en el Edén, volvieron a cortar el acceso al Portal.

Han pasado varios meses y todavía hoy se extienden bajo el ardiente sol africano interminables filas de autos paralizados esperando que se levante el piquete.


Una cosa hay que destacar: nadie toca bocina.


Estos gringos…

18/12/09

La plegaria del diablo

Su pura creación.
Supura creación.
Por el corte al afeitarse esta mañana, la única.
Pequeño tajo imposible (¿o posible? a ver si nos dejamos de joder con esto).
Dios no puede afeitarse, menos cortarse, no tiene mañana, no pudo haberse ido a dormir, todo Él es ahora, ¿entendés, insignificante cerebrito malformado que antropomorfiza a Dios, a mí y al caniche toy por igual?
Revisá un poco potencia y acto aristotélicos (yo lo ayudé): el Quía es acto puro: ES todo lo que puede ser y aún más (no soporto el aún sin acento, aunque esté mal), qué turro, ¿eh?
Yo casi casi.
Decía que de una herida pequeña del Mostro mana el universo; ese en el que estamos desterrados vos et ego, plingui plingui planeta vagabundo vagamundo.
Bingui bangui, expansión, contracción.
La creación es un acto sexual, slurp, ahhh, (bue, ¡Deus onanis! ¿con quién sino? a mí la carne de chancho no)
Sangre negra tiene, un asco, sí, ja, ja, en cambio yo, tan lindo que era.
Agarrate para cuando le coagule.
¿Sabés adónde van a ir a parar (qué forma de futuro enquilombado que se les ocurrió) el universo, vos, tu plasma y la 4x4?

¿Viste cómo se quema un pelo?
¿Una hormiga con una lupa?
¿Una pelusa en un horno?

Así.

Sea.

Ñak.

26/11/09

Y tú tú tú

Suena el teléfono (y tú no estás) y atiende.

Hola.
Quién es.
Sí.
Quién habla.
Soy yo.
Sí, sí, sí, pero...
Sí, sssí.
No, no, no, claro, pero..., per...

Ahora solo escucha. Se sienta, parece que va para largo. Apoya los codos sobre las rodillas y escucha. Mira para abajo con el auricular pegado a la oeja, como si quisiera metérselo adentro del oído. Parece que el tono de quien le habla no se sobresalta, no varía. Solo habla. Y habla. Le habla. No para de hablar. Él menea la cabeza, asiente, niega, frunce el ceño, se angustia, ahora quiesiera llorar a gritos pero no puede. Se sienta en el suelo, junta las rodillas contra la barbilla y escucha, se acorrala en la esquina de la sala y esconde la cabeza debajo del brazo. El auricular está tan apretado contra la oreja que le sangra un poco, un poquito nomás. Se muerde los labios y su rostro enrojece: parece que está por explotar, los ojos se inundan, intenta llorar pero al abrir la boca solo le cae un hilo de baba, como una palabra muerta en almíbar.
Quien le habla sabe muy bien, le habla, habla, blaha, balah,albha, labha, bahla sin variar el tono, siempre así, milimétrico y él se returce, los dedos y los tendones se le agarrotan.
Un nudo en la garganta de aquellos que no se desatan con nada (sus lazos son una sopa amarga y espesísima que le paralizan el habla, él no habla, escucha solo, solo)

No cortes, por favor, no, no, nu, ne, ni...



...



Puf, qué olor de mierda.
Es olor a muerto; ya te vas a acostumbrar, pibe.
Ahí está, debajo de la mesa.

21/11/09

De la dominación

No sin cierta dificultad etílica logra finalmente abrir la puerta.
Afuera el nuevo día reverbera; algunos pájaros -los de siempre- que cantan sobre el rocío.
Adentro, las persianas bajas, un tufo a encierro y fastidio y ella que está sentada en el sillón mirando a la puerta con los brazos cruzados: a aquella por la que él está entrando en puntas de pie.

-Son las seis la mañana, ¿me podés decir dónde estuviste?
-Fuimos a cenar y...
-Hasta las seis de la mañana. Vos te creés que yo soy pelotuda.
-Pero no, mi amor, qué decís.
-Confesá que estuviste haciendo hasta las seis de la mañana.
- Son menos... veinte. Faltan...
-Encima borracho. Sos un hijo de puta. Vení para acá. Vení para acá, te digo, que te parió.

Él se acercó hasta el sillón y ella con la cabeza a la altura de su cintura le bajó el cierre y los pantalones con violencia. Con desprecio y una asepsia casi médica ella acercó la nariz a su pubis y luego -siempre sin tocarlo- bajó husmeándole el miembro y los testículos, por delante y por detrás.

-Vos estuviste cogiendo con otra.
-Que no.

La sangre le brotaba a borbotones de la mordida implacable, inesperada, mientras él gritaba y se retorcía en el suelo.
Fue al baño, escupió en el inodoro, tiró el depósito, se enjuagó la sangre y volvió a su cuarto.
Cerró con llave.
Los gritos cada vez se oyeron menos.
Hasta que dejaron de oirse por completo.
Un poco antes pudo recuperar el sueño perdido.
Y soñar.

3/11/09

Modern love

Me gusta despertarme con la persiana levantada y ver el amanecer o mejor, ver caer la lluvia.
Tanto mejor si estás a mi lado.
Me gusta despertar junto a vos, abrazarte, rodearte, protegerte, apretar tu cuerpo perfecto contra el mío.
Me enloquece que accedas a que te toque en cualquier momento, aún cuando estás dormida.
En unos instantes haremos el amor, mi vida, ya casi estoy listo.
¿Serías tan buena de traerme un vaso con agua?
¿Cómo para qué? Papi tiene que tomar la pastillita azul, sino no puede durar duro tanto tiempo.
Ah, y ya que estás prepará café.
Está bien, está bien, tenés razón: para cuando lo tomemos va a estar frío.
¿Tantas ganas de guerra tenés? Sos una insaciable.
Tenemos que ir a hacer las compras luego. Ya sé que no me podés acompañar. Pero un día, nos vamos a animar y vas a ver que sí, todo va a cambiar.
¿Que te traiga un disfraz nuevo? Sí, sí. A ver, ¿cuál? El de enfermera ya te lo compré el mes pasado, la colegiala hace dos semanas y el viernes pasado el de secretaria. ¿El de mucama? ¡genial!
Mmm, está haciendo efecto.
A trabajar, mi vida. Baje y chupe, vam' vam', así, ssí.
Ya estás húmeda vos, perrita...
Dale dale dale dale así dale daledaledale le dal ealde aaaa nnnhhh

...

Qué bueno que coincidamos en todo, ¿verdad amor?

¡Mierda y la reputamadrequelosparió, malditos chinos, se pinchó!

1/11/09

Allá arriba

Corro la alcantarilla, asomo la cabeza con cuidado y respiro el aire fresco de la 5ta Avenida y Suipacha.
Inevitable como todos los días a esta hora, siento la horrible presión de los pulgares de la luz de la tarde en mis pupilas acostumbradas a la oscuridad dilatada.
Esta vez nadie me señala ni dice, Miren aquel nauseabundo vagabundo: todos miran hacia arriba (a alguno se le cae el sombrero pero no le importa y deja que el viento se lo lleve).
Un lustrabotas intenta contarle a un ciego gesticulando y apuntando al cielo.
Allá arriba, lo que hay, es un rascacielos, el Empire State, para más precisión.
Colgado del pararrayos del último piso hay un gigante.
Mira hacia abajo. Supongo que nos mira a nosotros que lo miramos.
Debe medir (...); sí, alto como 10 pisos. Se agarra con una mano y gira sobre la torre. Parece un loco. Me hace acordar a King Kong. Pero eso fue en los años 20. ¿Pasó de veras, o era una película? La verdad es que nunca se supo. Quedó como el gran mito americano "el gorila gigante del islam". El gobierno lo invoca para conseguir más presupuesto de guerra. El mes pasado, sin ir más lejos... ey, saltó en el aire y aplastó de un aplauso al avión militar que lo revoloteaba y le hacía señas para que desista y descienda.
Ahora grita y los vidrios de las vidrieras han estallado. Mis cabellos greñosos quedaron ordenadamente peinados hacia atrás, como si hubiera viajado 1000 millas en una Harley a fondo y sin casco (obvio, sino adiós metáfora).

¿Usted entiende lo que dice, señor? ¿qué quiere el gigante?

Es increíble, nadie quiere hablar con un vagabundo; como que lo fuera a infectar. Y ustedes dependen de lo que yo les cuente, que bien puede ser mentira, pero no les queda otra que creerme. ¿Que se están aburriendo? Caramba, qué poca paciencia. Lo que pasa es que están tan acostumbrados a los efectos especiales que ya nada les sorprende. Les cuento que hay un gigante colgado del Empire State y (de nuevo) todos piensan en King Kong y no les parece sorprendente lo que les estoy contando. Hubieran preferido naves extraterrestres, tal vez; olvídenlo: desde los lamentables y embarazosos incidentes de Pennsylvania y Daytona Beach prometieron no volver nunca más a este mundo. Si algo tenía esta gente era determinación (nos queda de recuerdo de su visita la (...)).

Para que vean que no soy un mentiroso les describiré al gigante que está cada vez más inquieto.
Tiene cabello oscuro y bigote como Clark Gable.
Viste un traje gris plomo, camisa blanca, corbata roja, zapatos negros, medias blancas (espantosa combinación).
Tiene caries en las muelas anteriores: lo comprobé cuando abrió su bocota para gritar.
Dientes amarillos (debe fumar... ¿dónde consigue los pitillos?).
Un pañuelo en el bolsillo del saco... no, no es un pañuelo porque se mueve y agita los brazos: es una mujer, rubia y está histérica (no es para menos: los bolsillos no son adecuados para trasportar gente). Habrán tenido una historia de amor, seguro (pobre él).
Mi nombre es Thomas Colt, los vagabundos nauseabundos también tenemos nombre.
Yo fui un rico corredor de bolsa de Wall Street (Av. Corrientes y Washington St.) hasta que un día... eh, eh, bueno, bueno, no hace falta ponerse violentos, les sigo contando sobre el gigante y la chica: siguen ahí.

Eee, no.
Ya no están.
Ah, ese ruido terrible de hace instantes era...
Eran...
¿Murieron los dos?
Él, sin embargo, todavía respira.
Ya no, tiene razón.
Quién limpiará toda esa sangre, eh.
Bien, eso es todo.

Ahora vamos a investigar la basura para una cena como dios manda (ya cacé una rata que parece cuis, muy sabrosa, recomendable, muchas proteinas).
Hasta aquí llego: solo escribo cuentos de una página.
(Bueno, che, me pasé unos renglones, nada más).

20/10/09

Ecce ars (me han dejado sin palabras)

.


















El Burgués Apóstata, 2009

28/9/09

Hypnos II (la revancha)

Se había quedado dormido en el sillón viendo la tele, costumbre que aborrece pero que ahora añora: al menos dormía.

Se despertó con el cuerpo mal acomodado y con el sabor rancio de la madrugada incierta en la boca, apenas haciendo equilibrio en el sopor, casi corrió hasta la cama para no perder el frágil hilo del sueño; fueron un pensamiento sombrío y un dolor y no poder dormirse nunca más.
La noche se ha hecho larguísima, oscura y él no puede cerrar los ojos.
Espera el canto de los pájaros que nunca llega (cómo le fastidiaba antes), ni siquiera pasan autos.
Está tirado en la cama con los ojos abiertos mirando el techo.

No tardó en darse cuenta de que se había muerto, sin embargo quiso asegurarse: comprobó los relojes detenidos a las 2:13; la ausencia de luna, una fatiga que deshuesa y la imposibilidad de dormir.

Cierra los ojos igual pero no soporta tenerlos cerrados y al abrirlos cómo le arden las retinas al secarse. Se revuelca buscando la posición cómoda, da vueltas a la almohada varias veces buscando un lado fresco pero es inútil: solo puede estar despierto, es lo único que puede hacer.

Y pensar.

Solo puede pensar en una cosa pero a estas horas comienza a olvidarla. Se desdibuja.
Debe comenzar a aceptar que esta noche es extraordinaria. Antes de olvidarse de sí mismo, sabe que inexorablemente ocurrirá, le gustaría dormir aunque sea unos minutos y soñar, inclusive, que duerme, inclusive que sueña y que sueña que duerme.
Tal vez así pueda escaparse de este insomnio y burlar la muerte, al menos por un rato, ilusoriamente.




N. del BA: Y ahora T., ¿está mejor?

Hypnos

Me había quedado dormido en el sillón viendo la tele, costumbre que aborrezco pero que ahora añoro: al menos dormía.
Me despertó mi cuerpo mal acomodado y con el sabor rancio de la madrugada incierta en la boca, apenas haciendo equilibrio en el sopor, casi corrí hasta mi cama para no perder el sueño; fueron un pensamiento sombrío y un dolor y nunca más pude dormirme.

La noche se ha hecho larguísima, oscura y yo que no puedo cerrar los ojos.
Espero el canto de los pájaros que nunca llega (cómo me fastidiaba antes), ni siquiera pasan autos.
Estoy tirado en la cama con los ojos abiertos mirando el techo que no puedo ver.
No hay luz: debe ser un corte general, ¿cuánto durará?
No tengo idea de la hora: el reloj me lo robaron la otra vez por la calle y el de la cocina es eléctrico y está detenido a las 2:13 que coincide más o menos con la hora en que me desvelé.
Tampoco hay luna: quise mirar por la ventana pero no se ve nada. Es la noche más cerrada y larga que he visto en mi vida. Velas, jamás compro. No son habituales estos cortes de luz.
Tengo muchísimo sueño pero no puedo dormir.
Cierro los ojos pero no soporto mucho tiempo tenerlos cerrados y al abrirlos cómo arden las retinas al secarse. Me revuelco buscando la posición cómoda, doy vueltas a la almohada varias veces buscando un lado fresco pero es inútil: solo puedo estar despierto.
Parece que es lo único que puedo hacer.

Y pensar.

Solo puedo pensar en una cosa pero a estas horas comienzo a olvidar de qué se trataba. Se desdibuja.
Debo comenzar a aceptar que esta noche es extraordinariamente larga, que ya debería haber amanecido, que los putos pájaros deberían estar cantando, que un auto o una moto o alguien silbando con el paso rápido para no llegar tarde al trabajo deberían haber pasado.
Por primera vez puedo decir que entiendo lo que es un silencio ensordecedor.
Antes de que me olvide de mí mismo, sé que inexorablemente ocurrirá, me gustaría dormir aunque sea unos minutos y soñar, inclusive, que duermo, inclusive que sueño y que sueño que duermo.
Tal vez así pueda escapar de este insomnio y burlar a la muerte, al menos por un rato, ilusoriamente.

23/9/09

Con azúcar o edulcorante

Dónde estabas.
...
Te estuve llamando toda la tarde; dónde estabas.
...
Así que en el cine, me dijiste que no ibas a salir.
...
Quién es Mónica.
...
Decime desde cuándo no hay señal en el cine.
...
Yo tampoco sé nada de telefonía celular; qué fuiste a ver, ya que estamos.
...
De qué se trata, quién trabaja, cómo termina.
...
Cómo para qué quiero saber, cuando salga de la oficina voy a ir al cine a verla y después comparamos.
...
No te atrevas a decirme que me chifla el moño, acordate la última vez.
...
Vos andás con alguien; si te agarro te revientoa patadas, vas a ver, vas a ver.
...
Lavate la boca cuando hables de mi mamá.
...
Te voy a dejar en la calle, puta.
...
Son menos diez y todavía no fuiste a buscar a los chicos a la escuela.
...
Ah, ya estás en camino. Qué hay de cenar hoy.
...
Otra vez mondongo, tengo los huevos llenos de mondongo.
...
Ah, si lo hizo tu mamá, entonces...
...
Cómo le fue a tu papá en el médico, que se cuide tu viejo, che...
...
Sí, claro, bueno, nos vemos esta noche. Ah, no, no me esperes a cenar, llego tarde, tengo un partid...
...
No hay problema, lo cancelo, les digo que no me repuese del tirón en el muslo de la vez pasada.
...
Chau, un bes... te qu..., cortó.

Ves Gómez, hay que tenerlas cagando a las minas, sino te cagan a vos.
Bueno, volvamos al proyecto de inversión.

Silvia, traiga dos cafés.
...
Con azúcar o edulcorante, me pregunta.

19/9/09

El artefacto

"Cuando llegaron los primeros grupos ya estaba allí.
Incurables e inevitables, las heridas del tiempo se revelaban en sus mármoles precisos.
Fuera de toda comprensión eran los símbolos que le habrían grabado en cada uno de sus costados; el deterioro excusaba a los sacerdotes de cualquier traducción o interpretación.
Desde que Quayín fuera condenado a la inmortalidad y desterrado a la indeterminada tierra de Nod, sus descendientes (que hoy poblamos el mundo) irrumpieron los desiertos sin fin hasta encontrar el valle.
Por entonces su lengua era precaria: a poco le habían puesto nombre.
Los escribas aseguran que el estupor que les causó toparse con aquello favoreció el diálogo y el consecuente incremento de vocablos y agrocultivos primarios; el estupor no era causado por el objeto en sí (aunque era majestuoso) sino porque se les había prometido que eran los primeros y únicos habitantes del mundo. No creían tampoco que fuera una obra de Dios: después de la expulsión Él los habría olvidado (aunque el remordimiento le comería el hígado cada tanto).

Pasaron los años y paradójicamente no conocer la utilidad original de objeto les impedía imaginar asignarle cualquier destino. Por entonces, las supersticiones dominaban la conjetura.
Cada celebración del solsticio de verano se reunía el pueblo en torno a una gran hoguera que los sabios encendían con sus ásperos debates sobre su enigmática y colosal presencia.
Necesario es informar que nunca pudieron determinar su origen y finalidad; sin embargo, el Libro de la Verdad, en el capítulo "Las siete Dinastías" relata pacientemente cómo los diferentes reyes intentaron conferirle una realidad tolerable.

(...), segundo rey de la dinastía I lo nombró el artefacto y no hizo más. (vers. XVI)
(...), quinto rey de la dinastía II intentó darle la utilidad de acopiar trigo pero su forma irregular y la ventilación excesiva dejó al pueblo en la más famosa hambruna que se tiene memoria. (vers. XXIV)
(...), decimonoveno rey de la dinastía II decretó que sus instalaciones serían para recreo de los niños. Los misteriosos y fatales accidentes que se dieron en sus interiores determinaron su clausura por orden del consejo de ancianos. El rey, disgustado, fallece a los 10 años de edad por envenenamiento. (vers. CV)
(...), octavo rey de la dinastía III establece su palacio en sus amplias habitaciones de piedra. Años más tarde muere aplastado por un bloque de mármol mientras dormía. Esto produce la evacuación del palacio a la residencia de verano. (vers. MMXV)
(...), novena reina de la dinastía III puso en vigencia la prohibición de mirarlo pues se creía que era de origen demónico. Esta restricción penada con la ejecución rigió durante tres siglos. Esta época es conocida como la era oscura o de la muerte. (vers. MMXVIII)
Es (...), primer rey de la dinastía V quien levanta la prohibición. Durante el tiempo que estuvo vetado una densa e impenetrable vegetación había cubierto el artefacto. Se emprendieron obras de recuperación que duraron 120 años. Al desmalezarlo por completo, en su parte más alta descubrieron un lugar, que según la posición que adoptara el cuerpo se podía dominar con la vista más allá del horizonte. El rey, maravillado, se instaló allí y nunca más descendió hasta que murió anciano. Antes de expirar le confió a su hijo que por las noches el Universo le había revelado secretos que no podría poner en palabras. (vers. MMXXII)
(...), septuagésimo noveno rey de la dinastía VII, célebre por su belicismo y barbarie, refuncionalizó al monumento asignándole el valor de arsenal. Habiendo extendido el imperio hasta donde los mares se precipitan sin consuelo y disponiéndose a conquistar e invadir las Tierras de las Altas Cumbres sucedió en la víspera que la infinidad de explosivos atesorados en el artefacto estallaron incidentalmente reduciéndolo a escombros. La ciudad despareció con él. (vers. MMCIX)

Todo rastro de aquella civilización fue borrado en un instante como un dibujo en la arena.
Toda su historia murió en la mitología y supercherías más baratas.
Se dice que Quayín, el maldito inmortal, de tanto en tanto vigila la desolación y el oro de la ciudad destruida y asesina a quien se acerque."


Hace algunas horas, luego de seis meses de arduas excavaciones, encontré este trozo de mármol grabado en el cuadrante XXVI del desierto de (...). Se avecina una tormenta de arena que según los lugareños será devastadora y se han vuelto a sus pueblos esta mañana. Me he quedado solo. Siento el rumor del desierto que avanza hacia aquí. Un movimiento torpe hace que derrame el tintero sobre mi cuaderno de notas en el momento que veo proyectarse una silueta siniestra sobre las lonas de mi tienda.

2/9/09

Amor grande

Ya ha dejado de llover esta tarde de sábado y aunque queda poco invierno, afuera hace frío.
Ellos están rendidos sobre la cama, no hablan, las sábanas arremolinadas, respiran agitados.
Ella tiene la cara hinchada aún y el sudor le pega los cabellos negros sobre la frente y la mejilla.
Tiene la boca enrojecida, los labios le arden: los sábados él no se afeita y sus besos son de vidrio molido. Manteca de cacao y listo, se justifica ella.
Se inclina sobre su costado y lo mira regular la respiración que lo sumerge en un sueño profundo.

"Tengo hambre", piensa ella e inmediatamente se mira en el espejo del techo.

Ya está acostumbrada a verse así, con la celulitis poceándole el culo enorme, los tobillos con líquidos retenidos, las várices y los rollos de grasa que se superponen sobre la piel, la papada derramada sobre la almohada y el pubis oscuro perdido en los pliegues de su cuerpo; sin embargo, tiene los pechos pequeños, con pezones rosados (de uno le brota un pelo que siempre olvida depilar; a él no le importa).

"Parezco una foca blanca -piensa y se ríe-, le voy a pedir que me regale un buen par de tetas -se toma un pecho y lo estira para simular-, aunque ¿podríamos gozar más todavía?"

Se sonríe y recuerda minutos antes cuando la cabalgaba y la carne les galopaba el esqueleto. Las ondulaciones de los embates le hacían acordar a las vibraciones de la cinta para adelgazar que le había prescrito el dietólogo número 9.

"Menos mal que pudimos vender esa máquina de mierda en Mercado Libre", se dijo con alivio y rencor hacia el médico.

Lo mira dormir boca arriba. Ronca como si se fuera a partir en dos; le hace acordar a los ruidos raros que hace el pozo ciego que no tiene arreglo y se ríe, ella siempre está de buen humor. Se ríe aún más cuando se da cuenta de que tiene más pechos que ella. Tiene el abdomen como si se hubiera tragado viva una tortuga de las Galápagos. A ella le da ternura y enseguida le busca el miembro reducido de nacimiento. Él se la quita de encima de un manotazo y sigue durmiendo. Ella insiste.

-Dejáme un cacho, querés, pará que... -y se volvía a dormir.

Con bastante esfuerzo se levantó de la cama -estaba demasiado baja- y se fue a duchar.

-Negro, vení a pasarme el jabón en la espaldita, dale -le gritaba con voz dulce. Finalmente se despertó: para no mentir y decir que tardó poco diremos que no llegó tarde.

-¿Así que jabón en la espaldita? -y la tomó por sorpresa y rieron y lo hicieron una vez más.


En el bar de enfrente hay dos amigos tomando cerveza mientras espían a los que entran y salen del hotel de alojamiento.

Mirá esos gordos que salen! ¿Te los imaginás cogiendo?
-Todo el mundo coge, che.
-Sí, todos menos nosotros.
-Mozo, otra bien fría, por favor.

31/8/09

Escrito sobre las aguas


Estábamos promediando los siete años de abundancia que predijo Ben Iamin aquella tarde de otoño en la que descifró el misterioso sueño de Faraón.
Era primavera y el Gran Río, como todos los años, se desbordaba e inundaba las costas con sus aguas fértiles que transformaban la arena en alimento para Faraón y sus súbditos.
Mi nombre es Ka'aper y soy escriba y sacerdote lector del templo de Ra; mi función es asegurar la memoria de Egipto para Faraón y sus descendientes.
Esta tarde Ra iluminaba majestuoso el cielo y entibiaba con su divino aliento el aire perfumado de miel y mirra: la dicha y plenitud que sentí hicieron que quisiera ir yo mismo a proveerme de papiros en el secadero, a la orilla del Gran Río.
Tomé un par de rollos del montículo de los terminados y un puñado de dátiles para saborear mientras emprendía el regreso al templo, solo, a pie (ordené a los esclavos que fueran a realizar otras tareas, hecho que obedecieron un tanto contrariados).
Saludé a Hetepes, viejo sacerdote wab, que comía como podía -hacía años que había perdido los dientes- sentado bajo la sombra del toldo pero parecía no haberme escuchado: parecía haber extraviado la mirada en algún punto entre las arenas y las aguas. El acercarme lo sacó del trance y agitado por el éxtasis me dijo que por primera (y última) vez había presenciado la escritura de Ra. Le palmeé el hombro con cariño y me alejé; no comprendí lo que me quiso decir.

Sin embargo, a los pocos pasos un brillo me detuvo en la orilla y pude leer la gloria del Dios.

Me senté sobre una piedra y dejé que el Dios me dejara leerlo.
Una brisa suave apenas arrugaba las aguas azules con incesantes renglones donde dibujaba sus voces de oro brillante: sus rayos se disolvían en pequeñas estrellas plenas de significancias (para mí). Cada palabra era una intermitencia sin fin. El divino Sol escribía con infinitas manos, infinitos trazos, un canto infinito proclamando la simultaneidad, la eternidad, la ubicuidad.

Aquella tarde he leído (visto) el pasado y el futuro de Egipto.
También mi destino, que tampoco revelaré.

He vuelto otras tardes al mismo lugar a intentar recibir -sin éxito- otra vez esa gracia divina.
Igual suerte corrieron mis intentos de trascribir aquella escritura del Sol.
El viejo Hetepes ya ha volado con Horus al país de los muertos.
Jamás lo hablamos y sé que esa tarde leímos lo mismo.
Aunque mi vida desde aquel día fue un suplicio juro que he sido feliz.
He conocido la verdad, acaso sea suficiente.

21/8/09

Fue amor


Se conocieron durante las XXIV Jornadas sobre enfermedades del colon y recto, precisamente en la cena de clausura-baile-torneo de bolos auspiciado por la Federación Blogoslava de Proctología. Bajo el lema "Dele un abrazo a su proctólogo hoy" impreso en letras rojas sobre un lienzo oblongo que atravesaba el salón, una banda a la Duke Ellington tocaba alegres standards de jazz.

-¿Baila, doctora? -le dijo tímidamente mientras se tanteba el jopo engominado que reflejaba las luces verdes, rojas y azules de la pista de baile. A pocos metros en grupos de a cuatro, cada uno con su bola y con sus uniformes alusivos, proctólogos jugadores de bolos o boliche o bowling, como quiera que se diga. Ella bebía un Manhattan sentada a la mesa con su traje de noche un tanto atrevido para alguien que nunca muestra más de arriba de los meniscos -así son las costumbres en Blogoslavia-, la bola de espejos la bombardeaba con sus haces de luz diminutos justo cuando la banda tocó Blue moon y la luz negra le puso fosforescencia en los dientes y le oscureció la piel: parecía Billie Haliday. Miró hacia los costados para cerciorarse de que el caballeroso facultativo especialista en fisuras anales -había disertado ayer sobre las inconveniencias del filo del maní mal digerido- no se dirigiera a otras y dijo:

-Será un placer.

La tomó de la mano y la condujo hasta el centro de la pista. Allí él, un excelente bailarín, la hizo soltarse.
-Relaje, relaje -le decía cantando sobre la melodía de Blue moon, tamborileando sus ágiles dedos sobre el cinto de rayón ceñido a su cintura. Siguieron bailando I've got a crush on you, y él le susurraba al oido el final de los versos donde decía "sweety pieeeee...".
-¡Ah...! -era todo lo que ella podía decir extasiada.
-Soy el Doctor...
-... Tuhesberg -lo interrumpió.
-¿Me conoce? -finjió sorpesa; los médicos también pueden ser tímidos para relacionarse pero su ego es infinito.
-Sigo fervientemente sus artículos en el Anus Digest y el Healthy Colon Review.
-Y yo que creía que esta profesión tan arcana jamás daría semejantes satisfacciones -sonrió y la corona de oro sobre el premolar superior derecho le confirió la magia de un totem al brillar un instante.
-Es usted muy zalamero.
-¿Y usted es la Doctora...?
-Appleby -dijo breve y quedó sonriendo.
-¿Y dónde está el Sr. Appleby?
-No hay Sr. Appleby.
-¿Es que Ud., además de vivir en un pueblo que sufre de trastornos del colon y recto también son ciegos?
-Tendré que cuidarme de Ud., Don Juan -le dijo ruborizada.
-¿Y su especialidad es...?
-Hemorroides; he sentido fascinación por las hemorroides desde que tengo recuerdo. Cuando niña tuve una perra, Selma, pobre Selma: sufría de este mal. Mientras otras niñas jugaban con sus muñecas yo me disfrazaba de doctora y trataba de devolvérselas al interior con el cargador del trabuco de mi tatarabuelo. Una vez, con mi infantil intuición, tomé una navaja del cajón de mi madre y quise operarla una tarde de verano en el jardín trasero pero mi abuela me sorprendió justo cuando iba a realizar la incisión en el hemiano del animal. Tal vez se hubiera salvado, pobre Selma.
-Sabe, hace un par de meses adquirí un colonoscopio alemán de última generación que es la delicia de mis pacientes. El viejo aparato era vituperado en cada ocasión y creo que aunque exagerados sus reclamos tenían razón; éste lo reciben con un cariño fraternal. Los pacientes son tan raros...
-Y después dicen de nosotros que que somos unos pervertidos que encontramos la excusa en esta noble e indispensble disciplina para hurgar en la cavidad más infame del ser humano: es indignante. Hay veces que me dan ganas de llorar.
-Recuerdo un paciente que se quejaba de lo humillante que le resultaba ser auscultado. Se sentía vejado, me decía. Y yo le contestaba: "Dígame una cosa. Si ocurriera que Ud. quedara desnudo en pleno centro de la ciudad, ¿qué se taparía?" Y él respondía: "Mis partes pudendas, naturalmente". Y yo le retrucaba: "Está Ud. equivocado: debe taparse la cara. Nadie va a reconocerlo de ese modo".

Rieron. Pero ella rió más y a él le dieron ganas de robarle un beso pero hubiera sido de mala educación. No importaba que él estuviera divorciado (el selecto círculo de proctólogos blogoslavos pertenece y contribuye a la Iglesia de Jesús en los años de jolgorio y gomías que no solo admite el divorcio, sino que lo pormueve) y que ya hubieran dejado atrás los 50 años cada uno.

La tanda de música romántica había terminado hacía dos canciones pero ellos no se habían dado por enterados, tan absortos que estaban el uno en el otro. Finalmente, una pareja de proctólogos que bailaba desenfrenadamente el Rock around the clock de Bill Halley los sacó de su embobameinto cuando el taco de la bailarina le rozó la frente al Dr. Tuhesberg.

-¿Juega Ud. boliche, Dra. Appleby?
-Calixta, es mi nombre, pero me dicen Cal.
-Hermoso nombre. Y Ud. puede decirme...
-Jack.
-Olvidaba que Ud. sabe más de mí que yo mismo.

Rieron.

-¿Juegas boliche, Cal? -le dijo derribando las barreras del protocolo: los proctólogos son muy solemnes.
-Claro, Jack. Un proctólogo que no juegue boliche no es un buen proctólogo.
-Tienes toda la razón. ¿Quieres otro trago?
-Sí, pero luego debemos ingerir un poco de fibra. ¿Tendrán avena o pan de salvado en la barra?
-Tal vez nos lo sirvan para el desayuno.
-¿Qué hora es?
El Dr. Tuhesberg miró su muñeca y dijo:
-La medianoche.
-¿Jugaremos hasta el otro día?

Volvieron a reir.
Él le ofreció el brazo y fueron caminando con pequeños saltos hacia una pista vacía, alejada de los demás.

A las 5:58 AM dejaron el salón justo cuando reverberaba el limbo del orto solar.
El aire aún fresco comenzaba a entibiarse.
En un par de horas el calor sería insoportable.

Pero ellos ya estarían disfrutándose en la confortable habitación climatizada del hotel.

Un amor de otoño, pensará quien lea.
Pero nunca es tarde para el amor.

Todos los médicos volvieron a sus ciudades al otro día.
Ellos decidieron quedarse toda la semana.
El sábado a las 3 AM, visiblemente alcoholizados, se casaron en una capilla de neón y fueron felices y tuvieron dos niños: Alvin y Jeremiah.
A los pocos años Calixta recibió un premio de la Federación Norte de Proctología que lamentablemente hizo aflorar mezquinos sentimientos de envidia en Jack, quien al no poder soportarlo la abandonó con sus hijos y nunca más se supo de él.
Ella tuvo otros tres matrimonios, pero también fracasaron.
Los motivos no nos han sido revelados.

18/8/09

De la desafectación (signo de los tiempos)

Ella sale de la ducha y se envuelve en un toallón.
Inclina su cabeza hacia un costado para secar su melena oscura mientras con una mueca pícara se dirige hacia la cama donde él ya está saciado; presintiéndola se hace el que dormita. Ella entonces va hacia la ventana y espía la calle por las hendijas de la persiana de metal: ha vuelto el frío, lo ve en los gestos de la gente.
A medio vestirse lo sorprende cuando abría un ojo para ver qué estaba haciendo; se desnuda otra vez y salta sobre él.
Forcejean, ella le mete las manos mientras él trata de zafar haciéndole cosquillas hasta que finalmente lo logra.

-Basta, se me hace tarde.

Va hacia la silla y comienza a abrocharse la camisa. La mira despatarrada sobre la cama, el pelo negro revuelto, el tatuaje bajo el ombligo, la juventud le sostiene el cuerpo, le tensa la piel, a pesar de la flacura (él sabe que no come todos los días).
Sin decir nada él se lamenta confirmarse bastante gris también en estos espejos.

-Cómo andás de guita -le pregunta y ella encoge los hombros como minimizando. Saca dos billetes de cien de su pantalón y se los da. Todavía desnuda los hace un bollo y aprieta fuerte en una mano mientras se arrodilla ante él con la mirada entre sumisa y lasciva.

-Levantate -le ordena sin alzar la voz-, no quiero que me agradezcas así.
-Decime qué... cómo querés... digo, quiero agradecértelo de algún modo. Siempre sos tan bueno conmigo que...

Él detectó un conocido brillo en sus ojos, como acuoso, a punto de, incondicional, de verdad, pegajoso, peligroso y trastabilló: al final le pasaba lo mismo con todas; no le salía de otro modo, siempre al revés, él que quería hacer como todos: salir limpio para la próxima y sin embargo no; y después era un drama, un dramón. Tal vez ya era demasiado tarde, pero de todos modos se lo dijo (mal).

-Si querés agradecérmelo, entonces, no te enamores nunca de mi.

Minutos más tarde él la dejaría en la parada del colectivo congelándose con una sonrisa, los ojos aquellos y la mano diciendo chau.
Él le contestó con un toque discerto de bocina y se alejó. Fue doblar la esquina y no verla para poder a respirar aliviado.

Al menos hasta el próximo encuentro.