Se conocieron durante las
XXIV Jornadas sobre enfermedades del colon y recto, precisamente en la cena de clausura-baile-torneo de bolos auspiciado por la Federación Blogoslava de Proctología. Bajo el lema "Dele un abrazo a su proctólogo hoy" impreso en letras rojas sobre un lienzo oblongo que atravesaba el salón, una banda a la Duke Ellington tocaba alegres standards de jazz.
-¿Baila, doctora? -le dijo tímidamente mientras se tanteba el jopo engominado que reflejaba las luces verdes, rojas y azules de la pista de baile. A pocos metros en grupos de a cuatro, cada uno con su bola y con sus uniformes alusivos, proctólogos jugadores de bolos o boliche o bowling, como quiera que se diga. Ella bebía un Manhattan sentada a la mesa con su traje de noche un tanto atrevido para alguien que nunca muestra más de arriba de los meniscos -así son las costumbres en Blogoslavia-, la bola de espejos la bombardeaba con sus haces de luz diminutos justo cuando la banda tocó
Blue moon y la luz negra le puso fosforescencia en los dientes y le oscureció la piel: parecía Billie Haliday. Miró hacia los costados para cerciorarse de que el caballeroso facultativo especialista en fisuras anales -había disertado ayer sobre las inconveniencias del filo del maní mal digerido- no se dirigiera a otras y dijo:
-Será un placer.
La tomó de la mano y la condujo hasta el centro de la pista. Allí él, un excelente bailarín, la hizo soltarse.
-Relaje, relaje -le decía cantando sobre la melodía de
Blue moon, tamborileando sus ágiles dedos sobre el cinto de rayón ceñido a su cintura. Siguieron bailando
I've got a crush on you, y él le susurraba al oido el final de los versos donde decía "sweety pieeeee...".
-¡Ah...! -era todo lo que ella podía decir extasiada.
-Soy el Doctor...
-... Tuhesberg -lo interrumpió.
-¿Me conoce? -finjió sorpesa; los médicos también pueden ser tímidos para relacionarse pero su ego es infinito.
-Sigo fervientemente sus artículos en el
Anus Digest y el
Healthy Colon Review.
-Y yo que creía que esta profesión tan arcana jamás daría semejantes satisfacciones -sonrió y la corona de oro sobre el premolar superior derecho le confirió la magia de un totem al brillar un instante.
-Es usted muy zalamero.
-¿Y usted es la Doctora...?
-Appleby -dijo breve y quedó sonriendo.
-¿Y dónde está el Sr. Appleby?
-No hay Sr. Appleby.
-¿Es que Ud., además de vivir en un pueblo que sufre de trastornos del colon y recto también son ciegos?
-Tendré que cuidarme de Ud., Don Juan -le dijo ruborizada.
-¿Y su especialidad es...?
-Hemorroides; he sentido fascinación por las hemorroides desde que tengo recuerdo. Cuando niña tuve una perra, Selma, pobre Selma: sufría de este mal. Mientras otras niñas jugaban con sus muñecas yo me disfrazaba de doctora y trataba de devolvérselas al interior con el cargador del trabuco de mi tatarabuelo. Una vez, con mi infantil intuición, tomé una navaja del cajón de mi madre y quise operarla una tarde de verano en el jardín trasero pero mi abuela me sorprendió justo cuando iba a realizar la incisión en el hemiano del animal. Tal vez se hubiera salvado, pobre Selma.
-Sabe, hace un par de meses adquirí un colonoscopio alemán de última generación que es la delicia de mis pacientes. El viejo aparato era vituperado en cada ocasión y creo que aunque exagerados sus reclamos tenían razón; éste lo reciben con un cariño fraternal. Los pacientes son tan raros...
-Y después dicen de nosotros que que somos unos pervertidos que encontramos la excusa en esta noble e indispensble disciplina para hurgar en la cavidad más infame del ser humano: es indignante. Hay veces que me dan ganas de llorar.
-Recuerdo un paciente que se quejaba de lo humillante que le resultaba ser auscultado. Se sentía vejado, me decía. Y yo le contestaba: "Dígame una cosa. Si ocurriera que Ud. quedara desnudo en pleno centro de la ciudad, ¿qué se taparía?" Y él respondía: "Mis partes pudendas, naturalmente". Y yo le retrucaba: "Está Ud. equivocado: debe taparse la cara. Nadie va a reconocerlo de ese modo".
Rieron. Pero ella rió más y a él le dieron ganas de robarle un beso pero hubiera sido de mala educación. No importaba que él estuviera divorciado (el selecto círculo de proctólogos blogoslavos pertenece y contribuye a la
Iglesia de Jesús en los años de jolgorio y gomías que no solo admite el divorcio, sino que lo pormueve) y que ya hubieran dejado atrás los 50 años cada uno.
La tanda de música romántica había terminado hacía dos canciones pero ellos no se habían dado por enterados, tan absortos que estaban el uno en el otro. Finalmente, una pareja de proctólogos que bailaba desenfrenadamente el
Rock around the clock de Bill Halley los sacó de su embobameinto cuando el taco de la bailarina le rozó la frente al Dr. Tuhesberg.
-¿Juega Ud. boliche, Dra. Appleby?
-Calixta, es mi nombre, pero me dicen Cal.
-Hermoso nombre. Y Ud. puede decirme...
-Jack.
-Olvidaba que Ud. sabe más de mí que yo mismo.
Rieron.
-¿Juegas boliche, Cal? -le dijo derribando las barreras del protocolo: los proctólogos son muy solemnes.
-Claro, Jack. Un proctólogo que no juegue boliche no es un buen proctólogo.
-Tienes toda la razón. ¿Quieres otro trago?
-Sí, pero luego debemos ingerir un poco de fibra. ¿Tendrán avena o pan de salvado en la barra?
-Tal vez nos lo sirvan para el desayuno.
-¿Qué hora es?
El Dr. Tuhesberg miró su muñeca y dijo:
-La medianoche.
-¿Jugaremos hasta el otro día?
Volvieron a reir.
Él le ofreció el brazo y fueron caminando con pequeños saltos hacia una pista vacía, alejada de los demás.
A las 5:58 AM dejaron el salón justo cuando reverberaba el limbo del orto solar.
El aire aún fresco comenzaba a entibiarse.
En un par de horas el calor sería insoportable.
Pero ellos ya estarían disfrutándose en la confortable habitación climatizada del hotel.
Un amor de otoño, pensará quien lea.
Pero nunca es tarde para el amor.
Todos los médicos volvieron a sus ciudades al otro día.
Ellos decidieron quedarse toda la semana.
El sábado a las 3 AM, visiblemente alcoholizados, se casaron en una capilla de neón y fueron felices y tuvieron dos niños: Alvin y Jeremiah.
A los pocos años Calixta recibió un premio de la Federación Norte de Proctología que lamentablemente hizo aflorar mezquinos sentimientos de envidia en Jack, quien al no poder soportarlo la abandonó con sus hijos y nunca más se supo de él.
Ella tuvo otros tres matrimonios, pero también fracasaron.
Los motivos no nos han sido revelados.
1 comentarios:
Sí, el segundo era doctor también, pero abogado, Terencio Porelorti. Al fallecer éste se casó con Yoshiro Tesuda, socio del estudio Dagnino Canuto, Tesuda & Porelorti, reconocidos abogados penalistas.
Del tercero no se sabe mucho, sólo que el matrimonio duró lo que pedo en canasto (basketflat).
Publicar un comentario