31/8/09
Escrito sobre las aguas
Estábamos promediando los siete años de abundancia que predijo Ben Iamin aquella tarde de otoño en la que descifró el misterioso sueño de Faraón.
Era primavera y el Gran Río, como todos los años, se desbordaba e inundaba las costas con sus aguas fértiles que transformaban la arena en alimento para Faraón y sus súbditos.
Mi nombre es Ka'aper y soy escriba y sacerdote lector del templo de Ra; mi función es asegurar la memoria de Egipto para Faraón y sus descendientes.
Esta tarde Ra iluminaba majestuoso el cielo y entibiaba con su divino aliento el aire perfumado de miel y mirra: la dicha y plenitud que sentí hicieron que quisiera ir yo mismo a proveerme de papiros en el secadero, a la orilla del Gran Río.
Tomé un par de rollos del montículo de los terminados y un puñado de dátiles para saborear mientras emprendía el regreso al templo, solo, a pie (ordené a los esclavos que fueran a realizar otras tareas, hecho que obedecieron un tanto contrariados).
Saludé a Hetepes, viejo sacerdote wab, que comía como podía -hacía años que había perdido los dientes- sentado bajo la sombra del toldo pero parecía no haberme escuchado: parecía haber extraviado la mirada en algún punto entre las arenas y las aguas. El acercarme lo sacó del trance y agitado por el éxtasis me dijo que por primera (y última) vez había presenciado la escritura de Ra. Le palmeé el hombro con cariño y me alejé; no comprendí lo que me quiso decir.
Sin embargo, a los pocos pasos un brillo me detuvo en la orilla y pude leer la gloria del Dios.
Me senté sobre una piedra y dejé que el Dios me dejara leerlo.
Una brisa suave apenas arrugaba las aguas azules con incesantes renglones donde dibujaba sus voces de oro brillante: sus rayos se disolvían en pequeñas estrellas plenas de significancias (para mí). Cada palabra era una intermitencia sin fin. El divino Sol escribía con infinitas manos, infinitos trazos, un canto infinito proclamando la simultaneidad, la eternidad, la ubicuidad.
Aquella tarde he leído (visto) el pasado y el futuro de Egipto.
También mi destino, que tampoco revelaré.
He vuelto otras tardes al mismo lugar a intentar recibir -sin éxito- otra vez esa gracia divina.
Igual suerte corrieron mis intentos de trascribir aquella escritura del Sol.
El viejo Hetepes ya ha volado con Horus al país de los muertos.
Jamás lo hablamos y sé que esa tarde leímos lo mismo.
Aunque mi vida desde aquel día fue un suplicio juro que he sido feliz.
He conocido la verdad, acaso sea suficiente.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
6 comentarios:
Habrán percibido lo que los budistas llaman "la eternidad del Sí Mismo"? Decía un viejo maestro zen, hablando del ego y del Sí Mismo, que las ondas sobre el agua, incesantemente, intentan ocultar los reflejos de los rayos del sol más jamás podrán evitar que el sol brille.
más mundano y perezoso que aquellos maetros zen es pensar una escritura de fuego en un soporte material imposible como lo es el agua.
he aquí una muestra de que el artista es, en el mejor de los casos, apenas un funcional vehículo del sentido.
Hmmm, sí, ésto último te lo escuché decir más de una vez, ahora lo entendí más claro
claro que hay vehículos y vehículos...
el que nos ocupa es un ford fiesta del siglo pasado bastante chocado y sucio; lo lavo 2 veces al año cuando aparece el siguiente síntoma: cucarachas muertas en su interior (no va a ser por fuera, aunque alguna vez he atropellado alguna que otra; hacen un curioso ruido al arrollarlas).
Alguna cucaracha muerta? Qué poca cosa. A mí me tocó andar con un hormiguero adentro del auto... sí, de hormigas vivas caminando (en grandes cantidades) por todos lados: puertas, ventanas, tablero, parabrisas y... y sí, las piernas de uno también...
en dónde te habrás metido y con qué propósito oscuro, para que resulte una venganza tan marabunta.
Publicar un comentario