Mientras los consumidores desfilan eternamente como autómatas y/o presidiarios por los pasillos de los shoppings (panóptico), el sábado pasado busqué a Melandri por su casa para irnos de safari gastronómico al delta del Río de la Plata; único lugar natural agradable en las cercanías de la infame ciudad del Buen Ayre.
De acuerdo, el campo también existe, pero yo no soy terrateniente: mi religión no me lo permite.
Y mis amigos agrófilos no me invitan (más).
Tomamos rápido el ristretto de rigor en la Saeco que le regalaran en situaciones tiradas de los pelos (Melandri, ¿comprar? ¡jamás!) y nos encaminamos hacia la puerta de salida. En allí -como diría el Quijote-, como M se demoraba en no sé qué, me detuve a observar un voluminoso objeto que está ubicado en posición no decorativa (vertical) y que insiste en dificultar el paso desde hace mucho tiempo. Nunca le dije nada, un poco por desidia, otro poco porque estoy acostumbrado a que guarde en el pasillo/zaguán de su casa artefactos que ilusamente esperan ser utilizados alguna vez. La cosa, entreabierta, invitaba a meterse adentro y salir por el otro lado al mundo de Narnia, Harry Potter o vaya uno a saber qué otro cuento desagradable. Estoy hablando de un baúl, en buen estado y de unos cuantos años que pertenece a la madre de M.
Con él se vinieron de Europa a esta tierra de oportunidades y corrupción (no me precisó si él viajó adentro).
Ya en el auto comenzamos a discurrir sobre el baúl: su origen, apogeo y supuesto fin.
Y es que antes, no hace mucho, para cruzar los mares la gente viajaba en barco, que era más barato que el avión. Así vinieron la mayoría de nuestros abuelos a América: ellos y sus baúles.
En América de Kafka, el exasperante K comienza la historia perdiendo su baúl en el barco en una situación chaplinesca. El baúl contenía toda su historia y la ha perdido.
En el Drácula de F. F. Coppola, el mentado conde de hábitos capitalistas (chupasangre) evita la mortal desterritorialización que significa dejar sus dominios llevando en la bodega del barco baúles con tierra transilvana.
El personaje de Kafka y Drácula se enfrentan a la desterritorialización: uno, un mortal de los más insignificantes, la padece; el otro, sobrenatural, la vence.
Más que el trilladísimo hombre y sus circunstancias, es el consumidor y sus objetos cavernarios de veneración a los cuales está esclavizado y cómo trasportarlos: el baúl.
Sus dimensiones superiores a las de cualquier valija de hoy son proporcionales al tiempo que demandaba el viaje. Hoy viajamos en cuestión de horas a cualquier punto del planeta; nos quedamos -si queremos- unos días y luego volvemos. Ni hablar de los viajes de negocios.
Antes los viajes eran planeados como si se tratara de un viaje a la luna. Los viajes en sí podían durar varias semanas. Desplazarse tan lentamente hacia algún lugar debía ser compensado con estadías larguísimas, cuando no definitivas o casi eternas. El abuelo de M, me dijo, viajaba por negocios durante años. Partían y nunca más volvían, como Marco Polo.
El baúl tuvo su papel vital para el viaje burgués: había que llevar mucha ropa, toda la ropa posible; había baúles en los que solo se llevaba la vajilla. Basta recordar esas fotos de los safaris africanos y los cazadores con sus sombreros tan peculiares y los baúles, del techo de la Land Rover a las cabezas de los indígenas y de ahí al campamento. Había baúles que contenían en su interior un escritorio de campaña con cajones, tinteros, etc.
Hubo baúles de origen blogoslavo de interesantes diseños como aquellos que en su interior tenían una casa con tres ambientes, baño, cocina y dependencia de servicio, amueblada, con vista al fte./liq hoy/n/inmob.; paralelamente se produjo una línea de baúles con transatlánticos y hasta aviones de 50 plazas -con sus toboganes-; pero misteriosamente no prosperaron (aparentemente, se sospecha que el avión tenía problemas para sostener el vuelo prolongado) y la empresa, finalmente presentó la quiebra por unos irrisorios 2394 chochis (1 chochi = Eu 9,72 -por las nubes-) que reclamó el sindicato de ebanistas y talabarteros.
En estos días del fin de los tiempos la costumbre neoliberal es viajar con las valijas vacías pues serán llenadas con ropa y porquerías varias del extranjero, donde todo es mejor y más barato que aquí. En muchos casos ya ni valijas llevan.
El baúl, como la plancha de hierro, el secretaire, los libros de tapa dura y otros objetos mundanos antiguos se han refuncionalizado como objetos de arte o muebles o sostén de muebles (caso los libros de tapa dura y las patas de las camas -se trata de una refuncionlización inversa-).
Melandri, con su baúl obstaculizando la puerta de casa permanentemente nos dice que todavía desconoce en qué etapa de la refuncionalización se encuentra. Tal vez espera que salga alguna señorita ligera de ropas con un par de conejos y una galera.
Creo humildemente que M debería leer a Mukarovski y a su semiótica cuestionada pero acabada.
Ahora, la pregunta: ¿qué pasó con el baúl?
Mis amigos Mola y el Pájaro dirán que baúl es una palabra fea que se utiliza como eufemismo de tujes, pero llamarlo cofre es un poco puto. Y cofre es el del tesoro. Y sanseacabó. Fin de la digresión.
¿Desapareció el baúl? ¿eh, eh, eh?
¿Fue acaso la practiquísima y neoliberal valija y su mentor José Samsonite los que asesinaron al baúl haciéndolo menos ancho, más corto y con manija, de modo que una sola persona puede trasportar el nuevo artefacto de talabartería sin problemas gracias a las benditas rueditas de poliuretano y asaderas extensibles?
¡No! el baúl no ha muerto.
El baúl está en...
... en aquel lugar de los autos que llamamos baúl.
El baúl era demasiado últil como para enterrarlo (sonó fea esta asociación verbal) en el olvido.
Ahí lo tienen, en el tujes del auto de cada uno de ustedes.
Es una de las mejores aplicaciones del concepto ultracapitalista savage y neoliberal homo consumidoris móbilis caracolis; muchos consumidores prefieren vivir en una casa de mierda siempre y cuando que en su garage guarden un auto sacado de la agencia este año. Ahora todo el mundo puede (debe) moverse en su auto (aunque sea para ir hasta el buzón de la entrada para retirar el correo) que lleva pegado al (su) culo el bendito e inmortal baúl, que baúl con baúl abunda pero no daña, duplica punto palabra.
La lancha nos dejó en el muelle. Caminamos unos cientos de metros hasta nuestro destino.
Al llegar desplegamos la batería gastronómica.
Menü safari del pasado sábado:
Entrada: una hogaza de pan (la chiabatta estaba muy cara)
Plato principal: Guiso de lentejas con weiss Wurst y panceta, adobado con salsa mexicana en lata
Bebidas: Vino Malbec, Finca La Consulta (en oferta), un tubo y agua mineral
Postre: alfajores Terrabusi de chocolate con café fatto en la Volturno.
Resultado de la ingesta: opípara.
Continuamos dialogando luego sobre otros varios temas importantísimos pero no me los acuerdo.
PS: Baúl también es el nombre de mi viejo cuando está resfriado.
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4 comentarios:
Me acuerdo del Mascetti y la contorsionista...
sí, pero la metía en una valija, no en un baúl.
Bueno, si en vez de contorsionista hubiera sido la campeona ukraniana de halterofilia, Vagina Kasinova, la hubiera metido en un baúl, o en un placard.
Pero para qué metés una foto de una mina saliendo de un baúl-valija-maleta, sino para recordarnos de los amicis.
como no encontré una foto de la contorsionista hice un break through tecnológico y aprendí a dominar el tamaño de los videos de iutú.
en la barra lateral tenemos ahora los "schiaffi in stazioni" y más abajo, último, una barra de video de los films de amici miei.
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