"Cuando llegaron los primeros grupos ya estaba allí.
Incurables e inevitables, las heridas del tiempo se revelaban en sus mármoles precisos.
Fuera de toda comprensión eran los símbolos que le habrían grabado en cada uno de sus costados; el deterioro excusaba a los sacerdotes de cualquier traducción o interpretación.
Desde que Quayín fuera condenado a la inmortalidad y desterrado a la indeterminada tierra de Nod, sus descendientes (que hoy poblamos el mundo) irrumpieron los desiertos sin fin hasta encontrar el valle.
Por entonces su lengua era precaria: a poco le habían puesto nombre.
Los escribas aseguran que el estupor que les causó toparse con aquello favoreció el diálogo y el consecuente incremento de vocablos y agrocultivos primarios; el estupor no era causado por el objeto en sí (aunque era majestuoso) sino porque se les había prometido que eran los primeros y únicos habitantes del mundo. No creían tampoco que fuera una obra de Dios: después de la expulsión Él los habría olvidado (aunque el remordimiento le comería el hígado cada tanto).
Pasaron los años y paradójicamente no conocer la utilidad original de objeto les impedía imaginar asignarle cualquier destino. Por entonces, las supersticiones dominaban la conjetura.
Cada celebración del solsticio de verano se reunía el pueblo en torno a una gran hoguera que los sabios encendían con sus ásperos debates sobre su enigmática y colosal presencia.
Necesario es informar que nunca pudieron determinar su origen y finalidad; sin embargo, el Libro de la Verdad, en el capítulo "Las siete Dinastías" relata pacientemente cómo los diferentes reyes intentaron conferirle una realidad tolerable.
(...), segundo rey de la dinastía I lo nombró el artefacto y no hizo más. (vers. XVI)
(...), quinto rey de la dinastía II intentó darle la utilidad de acopiar trigo pero su forma irregular y la ventilación excesiva dejó al pueblo en la más famosa hambruna que se tiene memoria. (vers. XXIV)
(...), decimonoveno rey de la dinastía II decretó que sus instalaciones serían para recreo de los niños. Los misteriosos y fatales accidentes que se dieron en sus interiores determinaron su clausura por orden del consejo de ancianos. El rey, disgustado, fallece a los 10 años de edad por envenenamiento. (vers. CV)
(...), octavo rey de la dinastía III establece su palacio en sus amplias habitaciones de piedra. Años más tarde muere aplastado por un bloque de mármol mientras dormía. Esto produce la evacuación del palacio a la residencia de verano. (vers. MMXV)
(...), novena reina de la dinastía III puso en vigencia la prohibición de mirarlo pues se creía que era de origen demónico. Esta restricción penada con la ejecución rigió durante tres siglos. Esta época es conocida como la era oscura o de la muerte. (vers. MMXVIII)
Es (...), primer rey de la dinastía V quien levanta la prohibición. Durante el tiempo que estuvo vetado una densa e impenetrable vegetación había cubierto el artefacto. Se emprendieron obras de recuperación que duraron 120 años. Al desmalezarlo por completo, en su parte más alta descubrieron un lugar, que según la posición que adoptara el cuerpo se podía dominar con la vista más allá del horizonte. El rey, maravillado, se instaló allí y nunca más descendió hasta que murió anciano. Antes de expirar le confió a su hijo que por las noches el Universo le había revelado secretos que no podría poner en palabras. (vers. MMXXII)
(...), septuagésimo noveno rey de la dinastía VII, célebre por su belicismo y barbarie, refuncionalizó al monumento asignándole el valor de arsenal. Habiendo extendido el imperio hasta donde los mares se precipitan sin consuelo y disponiéndose a conquistar e invadir las Tierras de las Altas Cumbres sucedió en la víspera que la infinidad de explosivos atesorados en el artefacto estallaron incidentalmente reduciéndolo a escombros. La ciudad despareció con él. (vers. MMCIX)
Todo rastro de aquella civilización fue borrado en un instante como un dibujo en la arena.
Toda su historia murió en la mitología y supercherías más baratas.
Se dice que Quayín, el maldito inmortal, de tanto en tanto vigila la desolación y el oro de la ciudad destruida y asesina a quien se acerque."
Hace algunas horas, luego de seis meses de arduas excavaciones, encontré este trozo de mármol grabado en el cuadrante XXVI del desierto de (...). Se avecina una tormenta de arena que según los lugareños será devastadora y se han vuelto a sus pueblos esta mañana. Me he quedado solo. Siento el rumor del desierto que avanza hacia aquí. Un movimiento torpe hace que derrame el tintero sobre mi cuaderno de notas en el momento que veo proyectarse una silueta siniestra sobre las lonas de mi tienda.
19/9/09
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4 comentarios:
Anda inspirado muy seguido el Burgués...
algo debe andar mal...
Jé!, respuesta muy predecible de tu parte.
Yo diría, más bien, todo lo contrario...
entonces deberé darte las gracias.
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