La semana pasada fuimos con el arquitecto Melandri y flías a la mansión pilarense del conde Mascetti para una velada gastronómica.
Esa noche, como entrada, comimos conejo, el cual habíamos visto mover su nerviosa nariz la vez anterior. El secreto para no encariñarse con estos bichos de dios es no ponerles nombre, decía Mascetti mientras se chupaba los dedos.
Hacia el final de la noche (qué celineano!) y el vino, las hijas gemelas del arquitecto se hicieron de un ejemplar de conejo de los que el conde cría en un costado oculto de la casa.
Como el arquitecto estaba medio mamado no pudo decir que no, o ni siquiera se dio cuenta, la cosa es que se llevaron para su casa al bendito conejo, coniglio o cohelo, como más les guste llamarlo.
Ayer me llamó el conde Mascetti para decirme que había hablado con el arquitecto Melandri, quien le espetó duramente, Tu conejo se comió mi cannabis.
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