16/12/08

Andan por ahí



Todavía hoy se echan la culpa unos a otros.
Lo cierto es que alguien descubrió la entrada al Averno y no la cerró bien o no la dejó como la había encontrado o el mero hecho de pararse frente a semejantes fuerzas de la Oscuridad hizo que la estampida de maldad lo devorara antes de que pudiera pestañar.
Dicen que brotaron del hueco como un pestilente enjambre enloquecido, rebotando contra todo: piedras, casas, desierto, gente, la poca que había.
Tampoco logran ponerse de acuerdo en si los diablos eran translúcidos, transparentes con contorno o poco menos que opacos. Que a algunos les vieron el rostro y murieron del espanto.
Si era justo o injusto que un pueblo como Salina Queireles, primero olvidado luego perdido en el desierto, tuviera el privilegio o la condena de ser la antesala del mismo Infierno.
La avalancha maligna terminó con toda vida que no se había escondido bajo algún mueble. Así, el poco ganado, los hombres y mujeres desprevenidos fueron primero vejados y luego exterminados.
Cuando llegó la Iglesia ya era tarde.
Los camiones hidrantes llenos de agua bendita no alcanzaron para controlar el desborde malévolo.
Los supersticiosos, crédulos y creyentes atribuyeron a Dios la oportuna y providencial lluvia que estaba indudablemente bendecida por Su obra y gracia.
Para información de los legos, el agua bendita a los demonios los calcina como si a un gentil le arrojaran ácido al rostro.
Aunque dicen que la entrada ya está debidamente cerrada y reforzada con un conjuro especial los sobrevivientes huyeron de Salina Queireles dejando todas su pertenencias, que igualmente eran pocas.
El indio Sabino y su sobrina se quedaron y viven en y de la gasolinera.
Dos espíritus malignos y un demonio quedaron atrapados en varios baldes con poca agua bendita (esa que no se echa a perder ni se evapora). De vez en cuando los indios le pasan al lado y le pegan un escupitajo. Se puede oír y ver como los baldes de zinc tiemblan de furia. Algún día se van a volcar...
La estación del indo es el único oasis en 500 km a la redonda.
Los que se fueron cargan consigo una maldición eterna: todo lo que hagan les saldrá mal hasta que se mueran de muy viejos.
Las mujeres que recibieron la esperma hirviente han parido quién sabe qué que a simple vista parece alguien cualquiera.

Pero no lo es.
Y andan por ahí.
Por allá.



Por acá.

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