Dejando atrás la sándia calada con vino, a raíz de la indisposición dorsal de Mola al intentar retirar a mini-Mola de la bañera, la mesa del sábado trajo también a colación (oportuno y adecuado el sustantivo) el recuerdo del Causalón, aquel torpedo con forma de tarugo Fisher que reposaba latente como un ojiva nuclear en las bandejas de la puerta de la heladera, bien envuelto aluminio.
Recuerdo que prefería decir que no estaba enfermo para que no me introdujeran aquel suplicio por el tujes.
Para qué servía el bendito Causalón? Era antipirético. Claro, si tenías fiebre, con solo ver venir a tu vieja con semejante fármaco violador te bajaba de 40º a 36.6º, y santo remedio.
Supongo (adecuado y oportuno el verbo) que el inventor del supositorio fue un degenerado, que como muchos otros, encontraron en la medicina la excusa científica para desarrollar su perversión (p. ej.: proctólogos, urólogos).
El porspecto seguramente diría: "Acción terapéutica: antipirético y hacedor de maricas".
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