Abrió un ojo y miró el reloj despertador.
Cómo es posible que no haya sonado, gritó enojado, son las once y media pasadas y esta porquería no sonó, querida, querida, no escuchaste el despertador, por qué, no me avisaste, me van a echar del trabajo, ´ta madre, hiciste el café, ey, mi amor, dónde estás, mujer, mujer, chicos vieron a mamá, chicos, chicos, dónde están todos, dónde se fueron, voy a llamar, a quién, a dónde.
De todos modos, al levantar el auricular, el teléfono estaba mudo. Fue al patio trasero y no oyó ningún ruido, parecía domingo, y aunque tampoco vio los pájaros revolotear como suelen hacerlo, le restó importancia, Debo haberme olvidado de que hoy tendrían que hacer algún trámite, ir al médico, algo así.
Apurado para ir al trabajo, Mejor tarde que nunca, alguna excusa inventaré, se metió en la ducha caliente y mientras se enjabonaba se afeitó y lavó los dientes invirtiendo la aplicación de la pasta y la espuma. Superado todo esto, se vistió y salió a la calle con el viejo portafolios de plástico que parecía cuero. Le llamó la atención que la puerta de entrada estuviera entreabierta, Son unos descuidados, desconsiderados, despelotados, des...
Ya en la esquina, pasados 3/4 de hora, le enfureció que el 343 no pasara, Todas me pasan hoy, y se fue caminando hasta la avenida donde podría tomar otro colectivo. Pero al llegar, le inquietó darse cuenta de que no pasaba ni un auto, ni un simple peatón, nadie. Los negocios, abiertos pero sin que alguien los atendiera, tampoco clientes. Insistió metiéndose en uno o dos locales, dijo, Hola, buen día, aplaudió, pero nadie salió a su encuentro.
Lo único que se movía era un viento cálido que hacía volar papeles y bolsas vacías de un lado a otro, convirtiendo todo en un gran basurero.
Esperó, sin embargo e inútilmente, a que pasara algún otro micro, taxi o particular al que pedirle un aventón, pero ya estaba viejo para eso, y cuando el sol le picaba la frente resolvió regresar a su casa, Ya volverán, se decía, ya volverán, ya volverán y van a ver.
Se sentó frente a la tele en el sillón verde apolillado, con el viejo maletín de plástico que parecía cuero sobre el regazo, apretó Power On, y nada, sólo el ruido blanco.
Con el tiempo aprendió a descubrir formas extrañas en ese bullir de puntos blancos y negros.
Con el tiempo dejó de hablar.
Con el tiempo se acostumbró a esperar.
Cuando la barba blanca le cubrió el regazo, la valijita de plástico que parecía cuero y el sillón apolillado, ya ciego y a minutos de morir, comprendió que se había quedado solo.
2 comentarios:
Llevo un rato hurgando en las entrañas de tu blog y me gustó especialmente esta historia. Supiste darle el tono melancólico que la soledad pedía. Enhorabuena.
Con tu permiso, pasaré por aquí de vez en cuando, a ungirme de historias ajenas.
Gracias por visitarme. Espero que en algún otro Valladolid podamos encontrarnos.
salud, felix!
gracias por visitarme.
todos hablamos con palabras de otros.
soy defensor de la intertextualidad, así que úngete!
un abrazo
wi
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