10/10/08

Souvenir


Cuando ella clavó su cepillo de dientes en el vaso del baño y pobló de bombachas un cajón del dormitorio, a Sven Larson el instinto ancestral le hizo efervescencia en la sangre. Él sabía que esto iba a pasar: una de las inmensas noches de Oslo, a los dos meses de entregarse, con gotas de sudor sobre los labios y apenas cubierta por la sábana, ella le dijo que lo amaba. Él la miró y le respondió con una caricia detrás de la nuca.

 

Al norte del río Marañón, en el altiplano ecuatoriano, la noche llega después que en Suecia; allí, una tribu primitiva celebra extraños rituales.

 

Sven Larson decidió matarla esa noche después del extenuante combate cuerpo a cuerpo: así llamaba él al coito. Con algo parecido a un hacha le separó la cabeza del cuerpo de un golpe. Aunque con los ojos muy abiertos y sostenida por las manos de Sven Larson, ella no podía ver su cuerpo convulsionarse como una gallina corriendo decapitada. En la cocina, después de coserle los ojos y boca, hirvió la cabeza en una marmita sazonada con ciertas hierbas y brebajes. Luego fue al jardín donde la cubrió de tierra y rodeó con piedras calientes. La noche siguiente la desenterró y empaquetó cuidadosamente en una caja pequeña.

 

Al norte del río Marañón, en el altiplano ecuatoriano, la esposa del jefe, aunque está cubierta de barro, sus ojos azules brillan como faros. Sólo al bañarse en el río se puede ver su piel blanca y su pelo rubio.

 

Al día siguiente, luego de deshacerse del cuerpo de ella, Sven Larson despachó el pequeño paquete.

 

Allá por 1985, una antropóloga europea se perdió durante una expedición remontando el río Marañón.

 

Una mañana húmeda, la esposa del jefe se puso sus viejas ropas y fue al pueblo por el sendero secreto. Abrió con su llave la casilla de correo y retiró un pequeño paquete. Ya devuelta en la selva, llamó a su esposo y en la tienda abrió la encomienda, Mirá lo que nos envía tu hijo, no es un amor, le preguntaba mientras extraía una cabeza rubia, del tamaño de una mandarina, con rudimentarias costuras en los ojos y boca, Tsantsa, exclamó con orgullo el jefe y ubicó el recuerdo en un estante junto a otras cabezas reducidas, rubias, con rudimentarias costuras en los ojos y bocas y del tamaño de una mandarina.



1 comentarios:

Anónimo dijo...

"Papá, te mando ésta cabeza, creo que te combina con los muebles de la cocina" Jejejejeje.