13/6/08
De marinerita
Me despertó el olor penetrante de mi padre.
Entre rancio y dulce, siempre lo tuvo, desde que recuerdo. Era estar a su lado y sentir náuseas. No sé como Mamá lo soportaba: andaba encogida, buscando refugio en cualquier sombra, hablaba en voz baja (aunque él no estuviera) para no alterar sus breves e inestables períodos de parca ironía (no lograba nunca el sosiego). Le temía, le temíamos. Nunca había que contradecirlo. Según Mamá, los largos años en la marina mercante habían forjado su firme carácter, Navegó los siete mares, decía con una sonrisa temblorosa.
Un día, cuando yo tenía 5 años (hoy, qué curioso, no puedo recordar mi edad, aunque tengo vello púbico) Papá se apareció con un regalo para mí, un vestido de marinerita. Mamá, desde la cocina, se llevó el dorso de la mano a la boca, limpió la otra en el delantal y se arrinconó para seguir cortando lágrimas en la cebolla. Yo no comprendía.
Al cumplir los 6 años Papá determinó que siempre vestiría de marinerita y que no fuera a la escuela jamás, que en casa había suficientes libros. Crecí sin salir de casa y sin amigos. Entre los libros que me dieron había uno, Como me hice monja, que por más que lo releía no lo entendí jamás, aunque algo tenía, no sé.
Cuando a Papá le daba la furia -cualquier cosa lo enloquecía, hasta una pelusa en la alfombra- me encerraba en mi cuarto y podía escuchar los gritos ahogados de Mamá que se entrecortaban hasta cesar abruptamentente. Yo salía de mi cuarto cuando llegaba el silencio (Papá dormía) y veía a Mamá cojeando. Cuando ella me cruzaba me acomodaba el vestido de marinerita, hacía visera con la mano y torcía la cabeza para que no le viera la cara. Siempre tenía que acomodarme el vestido y yo me preguntaba en qué modelo se basaba el sastre: definitivamente, el vestido de marinerita no era para mi cuerpo. Al mirarme en el espejo me veía rara, pero terminé por acostumbrarme.
Pero las peleas más frecuentes con él las tenía por las noches. Ahora sé que eran por mí. Hasta que vino la primera vez creo que Mamá le ponía algo en la grapa de después de cenar. Lo atontaría y lo desalentaría (pero nunca de descargarse con ella). Sin embargo, una noche la descubrió. Mamá estuvo en su cuarto varios días sin salir, en realidad, creí que no saldría nunca.
Nunca supe bien quién entraba primero en mi cuarto, si él o su olor rancio y dulce. Sería el olor del mar que no lo habría abandonado, me preguntaba cada vez.
Me puse a temblar bajo las sábanas, apretando bien las piernas, los codos contra las costillas, las manos juntas sobre el pecho y él no decía nada pero se acercaba, ¿su olor? ¿él?...
Se sentó en el borde y deslizó una mano por debajo de las sábanas hasta encontrar mi camisón (también de marinerita), lo levantó y subió los dedos húmedos por mi muslo hasta descalzarme de un tirón. Sentí sus dedos meterse en mí, tironear de mi parte hinchada (no sé por qué me pasó), yo estaba paralizada. Un ruido furtivo (tal vez una rata en el tejado) lo distrajo y yo reaccioné y salí corriendo de la habitación. Al pasar por el pasillo creí ver a Mamá arrastrándose pero yo iba como loca y Papá que me gritaba desencajado y ordenaba que volviera de inmediato a su lado, me gritaba puta, puta, maricón, yo no entendía nada, solo quería huir de ahí, de él. La puerta principal no tenía llave (¡increíble!) y dejé la casa por primera vez en años. Papá me perseguía con la cara enrojecida (ahora no gritaba por consideración con los vecinos) cuando llegué al borde de un barranco que la noche no me dejaba ver su fondo.
Papá se me vino encima con su olor (o su olor primero), tropezó y nos caímos y nos caímos y nos caímos.
Eso es todo lo que recuerdo.
Estoy postrada hace tiempo en esta cama de hospital, instituto, clínica, como quiera que se llame. Dicen que no volveré a caminar, tampoco a hablar. Solo puedo mover los ojos.
Papá no vino nunca a visitarme, dicen que murió en el accidente y Mamá viene cada vez menos.
Ariel, me avisa la enfermera, lo vienen a visitar.
Tuve pánico al sentir -primero que nada- la presencia invasiva del inolvidable olor rancio y dulce.
Pero (¿pero?) era Mamá. Tenía una expresión diferente, no sé como explicarlo. Se sentó a mi lado y de su bolso sacó un paquete y de él el vestido de marinerita.
Te acordás, me preguntó con una sonrisa entre boba y no sé, los ojos mirando cualquier cosa a través de mí.
Comprendí que algo andaba mal, ¿cómo se explica que Mamá no se diera cuenta de que el vestido de marinerita ya no me quedaría, que yo ya había crecido?
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