26/6/08

En una cerilla


Durante un remate náutico en El Tigre compré un viejo cofre que había pertenecido al legendario G. L. Castlestone, capitán del Admiral, barco mercante inglés de fines del siglo XIX. Al llegar a casa sonaba el teléfono con una inoportuna llamada que me hizo postergar y olvidar el cofre. Recién cuando fui a la cocina a servirme un café lo vi abandonado en el vestíbulo. Lo puse sobre el escritorio. Al sacudirle el polvo choqué el hombro con la repisa y se le vinieron encima unos ejemplares de bolsillo de Conrad y Ficciones. Forcé el candado con cuidado (la llave se hallaba perdida) y al abrirlo -no esperaba joyas, alguien ya hubiera dado cuenta de ellas antes- encontré otro tesoro (un diario con hojas faltantes) entre mapas inexactos consumidos por la humedad. De ese diario les traduzco algunas páginas.

"... cuando el viento había amenazado con abandonarnos. Finalmente las velas se amodorraron al caer la tarde, dejándonos a una deriva mansa. Luego de cenar subí a cubierta a beber ron en la clandestinidad de estribor y vi. como la noche cerrada había borrado los límites del horizonte. Sentí que flotaba sin rumbo sobre el universo, solo, sin retorno posible; pero mis meditaciones se diluyeron al escuchar el suave golpe del mar contra el casco del St. Elmo y las carcajadas de unos hombres que se me acercaban. La pesada palmada en el hombro era de O'Brian quien me sacó la botella, bebió y rió. A mi izquierda, Zagen que aparecía y desaparecía en la nube de su pipa dijo que nos sentáramos, que quería contarnos un sueño que había tenido la noche anterior, que ya había separado las tinieblas de lo inverosímil, que se trataba de una revelación. Hacía tiempo que había descubierto las tretas de Zagen para no morir en la hoguera: cuando quería contar algo cierto pero increíble, hacía de cuenta de que nos contaba un sueño extraño, O'Brian, apoderado definitivamente de mi botella le hizo un gesto irónico, pero de todos modos nos sentamos sobre cajones casi en círculo, el que tuvimos que agrandar cuando se sumó el Sr. Ariston, uno de los suboficiales.

Estaba yo en mi habitación, comenzó Zagen, cuando alguien llamó a mi puerta. Al abrir mi sorpresa fue breve, pues estaba en un sueño, pero se trataba de un selenita, Qué tribu es esa, he recorrido todos los mares y jamás he oído nombrarlos, interrumpió O'Brian, Son los habitantes de la Luna, ignorante, le dijo Ariston, y todos reímos menos Zagen que prosiguió, Hablaba nuestra lengua con cierta dificultad pero nos entendimos; me contó sobre su planeta -nuestro satélite- pero no recuerdo nada, sé que las maravillas eran moneda corriente pero no recuerdo los detalles, le pregunté cómo había llegado hasta aquí y me respondió que con su cohete espacial, similar al que utilizó Verne en sus páginas, pero más pequeño, apenas había lugar para él, que por cierto era más bajo que un pigmeo. Le ofrecí té pero amablemente me dijo que no tenía mucho tiempo y que debía regresar no sin antes llevarse el conocimiento humano consigo, Le hubieras dicho que te leyera la mente y se habría ido en un santiamén, rió O'Brian ya borracho, Déjelo continuar, le regañó Ariston, En el sueño, dijo Zagen, le propuse ir a la Biblioteca de Londres, que allí estaba la suma del saber del Hombre, Bien hecho, aprobó Ariston, Allí fuimos, las calles estaban desiertas pues, como les previne, se trataba de un sueño. Al llegar y contemplar los numerosísimos volúmenes el selenita dudó y me dijo que le era imposible llevarse semejante cantidad de materia en su estrecho habitáculo, pero luego de hojear un libro me dijo que ya tenía la solución -era evidentemente muy inteligente-, que nuestra escritura constaba de de solo 26 signos, más el espacio, la coma y el punto; los números no existían pero seguramente estaban escritos con letras, Como en la biblioteca babélica, agregó Ariston, Si Usted lo dice, aceptó Zagen, soltó una bocanada de humo azul y continuó, me dijo entonces que sería relativamente sencillo, que bastaba asignarle a cada letra un número y que su límite, espacio, coma y punto se representarían con uno, dos, tres o cuatro ceros respectivamente, Ya me perdí, balbuceó O'Brian, Bebe y no hables más, le dije, sigue Zagen, Entonces le pregunté qué haría con esa clasificación, me sonrió y sacó un dispositivo (device), una especie de lente esférica en miniatura de su chaqueta (todo era diminuto en él) que luego de ajustarlo con las instrucciones de conversión, al pasar el ojo de cristal por la superficie de las páginas, siguiendo el orden, palabra por palabra, renglón por renglón, cada letra, espacio, coma y punto serían instantáneamente convertidos en números, Explícate, pidió O'Brian interesado de a ratos, Si bien es trabajoso no es difícil, a la letra A le asignas el 01, a la B el 02, a la C el 03, el espacio es 00, la coma 000 y el punto 0000, a la Z el 028 y así (recordemos que el cero está reservado para el límite de cada letra, el espacio, coma y punto), de modo que la expresión AVE CESAR se codificaría así -tomó un carbón y escribió de memoria en la cubierta-: 010240500305021010190, pero cuando se disponía a revisar todos los libros me dijo que eran demasiados y que el tiempo apremiaba. Aceptó mi recomendación de realizar el trabajo sobre los 29 tomos de la Enciclopedia Británica, la última, la de 1911, que era un fiel y pormenorizado catálogo del saber terrenal.
Mientras repasaba página por página con velocidad inusitada le pregunté para qué debía reemplazar letra por número y me explicó que la lente solo podía acumular números en el orden de lectura y su resultado por un tiempo breve, Todo era breve en tu sueño, Zagen, se burló O'Brian pero éste hizo caso omiso, escupió unas hebras de tabaco por la borda y dijo, Le pregunté también qué haría con ese guarismo que iba tomando dimensiones increíbles -entre tomo y tomo le pedí inspeccionar el aparato y vi dentro de la lente contra un fondo nebuloso (parecía en ese momento una bola de adivinación) una hilera colosal de números- y me respondió con suma calma que ya llegaría el momento, Me gustaría contarles mis viajes con el verdadero capitán Ahab, Ya cállate, O'Brian, le gritamos Ariston y yo, Y así, al terminar con la última página me informó que para concluir la tarea necesitaba un segmento no muy grande de materia, Una cerilla servirá, le pregunté y al enseñársela sonrió afirmativamente y advirtió que el número desaparecería pronto, que debíamos actuar con rapidez, Ahora, dijo, hay que transformar este número natural en real, y agregó mentalmente un cero y una coma delante del primer número encogiendo semejante abismo a un infinitésimo, Y ahora qué, le pregunté, me pidió la cerilla, la revisó, la apoyó sobre la mesa, memorizó el número en la bola y su mutación en número real (me previno que por pocos segundos pues su memoria era tan poderosa como corta) y de un movimiento trazó con una punta invisible una marca imperceptible para nuestros ojos casi en el extremo del palillo, al terminar dijo con satisfacción, Ya puedo irme, todo el conocimiento humano está aquí, dijo señalando la leve y minúscula cerilla, Pero es que no entiendo, le dije, Es simple, el segmento tiene su principio en 0 y finaliza en 1; nuestro número completo -terriblemente cercano a cero- está donde yo hice la marca; cuando regrese a Selene nuestros precisos instrumentos de medición revelarán el número que representa cada signo de los 29 tomos de tu enciclopedia condensados en la marca en la cerilla -tal como se lee una regla metrada-, luego invertimos el proceso que aquí realizamos por medio de nuestros... (aquí la escritura se ha borroneado, es absolutamente ilegible, pero no es complicado ni esencial inferir qué dirá)..., repondremos el código original; finalmente una imprenta reproducirá tu voluminosa Enciclopedia Británica que será alojada junto a la de otros mundos en nuestra Gran Biblioteca, luego desperté.
Zagen, dónde dijiste que estaba el ron, maldito, refunfuñaba en sueños más planos O'Brian, Asombroso, dijo Ariston.
Yo tuve un sueño parecido hace dos días, dije, pero el viento golpeó las velas con vigor y cada uno tuvo que ocuparse de sus..."

Es obvio que el curioso selenita no pudo transcribir la enciclopedia: la materia está sujeta a contracción y expansión según la temperatura, entre otros factores. Esa astilla de madera, aunque estuviera hecha de sueños, no pudo escapar a estas leyes universales.
Habrá otros errores; yo no los he detectado.
Al decodificar bien pudo resultar un disparate o la Verdad, pero nunca aquella Enciclopedia Británica de 1911.

Blogoslavia, 2008.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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