Roland Barthes, importantísimo semiólogo y escritor francés, muerto en 1980 escribió, entre otras muchas cosas, sobre le placer del texto.
No voy a dar una explicación titánica sobre este tema, porque sería un post muy largo y porque percibo lagunas en las que no quiero ahogarme.
Simplemente recuerdo un ejemplo perfecto que nos dio Ariel Schettini en una clase sobre Barthes:
El goce del texto, en tanto goce como aquello asociado con lo real lacaniano -lo que no puede decirse en palabras-, y aunque parezca paradójico, hay instantes literarios donde se produce el goce del texto: el lector no puede explicarse, intelectualizar signos, sobre la sensación de aquello que está leyendo.
Por otro lado, el placer del texto, conectado con lo simbólico lacaniano se produce en aquellos momentos en que leemos y al llegar a determinada palabra o frase comenzamos a imaginar o recordar una historia propia. Sin embargo, continuamos con la lectura aunque no recordaremos nada de lo que leímos mientras pusimos en acto nuestra historia.
El placer del texto es una reversión de lectura, el texto deja de ser leído para comenzar a ser lector de nuestra mente-texto.
Místicamente, sería una posesión diabólica del texto hacia nosotros.
Hace unos años escribí un texto sobre esto, ahí va, no sé si habré logrado lo que quería decir (me están saliendo unos posts un tanto largos, espero sobrevivan al aburrimiento)
Al lector
Te estoy mirando a los ojos.
No es el comienzo de esta ni de ninguna historia. No te ilusiones con que cuente algo de alguien. Ese no es mi métier. Pero ahora te estoy hablando a vos que estás leyendo. Sí, a vos. Aunque quieras no vas a poder levantar la vista del papel y estas letras. Creías que nadie sabe lo que pensás, estabas en un error, gran error. Yo soy el que está detrás de estas letras observándote, me trepo a tus pupilas y me instalo adentro de vos. Como un virus o un parásito. Sí, mejor un parásito. Sé perfectamente lo que pasa por tu cabeza. Se lee en soledad, dicen. Y yo te pregunto si hay modo más encubierto para desbocar tu onanismo delante de todos. Je suis le plaisir du texte. Siento éxtasis al poner trampas, frases que no dicen nada, párrafos espesos, impenetrables, y te cansás, la vista se te arena, pero seguís leyendo sin leer. Alzo mi copa desbordante de miasmas por aquellos que consideran pecado abandonar la lectura, brindo por los que se obligan a finalizar un libro aunque aburra o disguste: son mi alimento más sublime. Cuando esto te ocurre tu edificio se derrumba, quedás expuesto, vulnerable, la lectura se invierte, comenzás a leerte y dejás de ser lector para ser leído. En ese instante comienza la posesión y no habrá exorcismo que te salve. Cae el cerrojo y quedan a mi alcance todos tus pensamientos, los cretinos, los de tu infancia, los inconfesables. Acaso vas a dar vuelta la página, no importa, estoy detrás de cualquier texto, esperando a que te diluyas en la lectura. O vas a cerrar o quemar este libro y tratar de olvidarme, imposible, estoy en todos los textos. Yo soy el que No Soy. Mientras continúes leyendo voy a estar en tus sombras en mi cómodo sillón de voyeur. Todavía dudás, recordá cuando leías ese letárgico pasaje entre las páginas 32 y 57 y te imaginaste lo repulso y de inmediato cambiaste a imaginar lo que debe ser, y más tarde lo pensaste de nuevo, tenés pánico de reconocer tus aberraciones. Todos los espejos las tienen, por qué habrías de ser la excepción. Pero tranquilo, como vos, todos son perversos, los leí a todos, todos se imaginan asesinos, fornicantes o fornicados por alguien prohibido, igual a uno o con un niño, todos hurgan sus narices a escondidas o mientras leen aislados. Yo los he visto pensar, yo te vi. El texto es como una selva frondosa en la que creés caminar por el sendero seguro, del otro lado, como en el zoo, y yo te observo detrás de la maleza tipográfica, esperando que te hipnotices en la próxima línea, en la próxima palabra. Soy el Extrañamiento, Schklovski me vislumbró y murió en la miseria. Soy el que viola tu alma derramándose sobre tu conciencia. La revuelvo, la excito, la excreto y luego el dolor de la confrontación. Ficción es eufemismo de farsa y engañar no es un juego. La mentira es mi sangre. Seguís ahí, no podés dejar de leer, verdad, ni siquiera sentís como clavo mis púas en tus ojos para desgarrarlos y meterte mi mugre.
Espero que sabrás disculpar esta pequeña digresión, hacía tiempo que quería, aunque más no fuera por un instante, enseñarte mi naturaleza desde la vacilación claroscura: mostrarme completo no tiene gracia, el terror debe continuar. Un brote exhibicionista, dirás, una advertencia, prefiero yo.
Nada más por ahora.
Un gusto que me hayas conocido.
No voy a dar una explicación titánica sobre este tema, porque sería un post muy largo y porque percibo lagunas en las que no quiero ahogarme.
Simplemente recuerdo un ejemplo perfecto que nos dio Ariel Schettini en una clase sobre Barthes:
El goce del texto, en tanto goce como aquello asociado con lo real lacaniano -lo que no puede decirse en palabras-, y aunque parezca paradójico, hay instantes literarios donde se produce el goce del texto: el lector no puede explicarse, intelectualizar signos, sobre la sensación de aquello que está leyendo.
Por otro lado, el placer del texto, conectado con lo simbólico lacaniano se produce en aquellos momentos en que leemos y al llegar a determinada palabra o frase comenzamos a imaginar o recordar una historia propia. Sin embargo, continuamos con la lectura aunque no recordaremos nada de lo que leímos mientras pusimos en acto nuestra historia.
El placer del texto es una reversión de lectura, el texto deja de ser leído para comenzar a ser lector de nuestra mente-texto.
Místicamente, sería una posesión diabólica del texto hacia nosotros.
Hace unos años escribí un texto sobre esto, ahí va, no sé si habré logrado lo que quería decir (me están saliendo unos posts un tanto largos, espero sobrevivan al aburrimiento)
Al lector
Te estoy mirando a los ojos.
No es el comienzo de esta ni de ninguna historia. No te ilusiones con que cuente algo de alguien. Ese no es mi métier. Pero ahora te estoy hablando a vos que estás leyendo. Sí, a vos. Aunque quieras no vas a poder levantar la vista del papel y estas letras. Creías que nadie sabe lo que pensás, estabas en un error, gran error. Yo soy el que está detrás de estas letras observándote, me trepo a tus pupilas y me instalo adentro de vos. Como un virus o un parásito. Sí, mejor un parásito. Sé perfectamente lo que pasa por tu cabeza. Se lee en soledad, dicen. Y yo te pregunto si hay modo más encubierto para desbocar tu onanismo delante de todos. Je suis le plaisir du texte. Siento éxtasis al poner trampas, frases que no dicen nada, párrafos espesos, impenetrables, y te cansás, la vista se te arena, pero seguís leyendo sin leer. Alzo mi copa desbordante de miasmas por aquellos que consideran pecado abandonar la lectura, brindo por los que se obligan a finalizar un libro aunque aburra o disguste: son mi alimento más sublime. Cuando esto te ocurre tu edificio se derrumba, quedás expuesto, vulnerable, la lectura se invierte, comenzás a leerte y dejás de ser lector para ser leído. En ese instante comienza la posesión y no habrá exorcismo que te salve. Cae el cerrojo y quedan a mi alcance todos tus pensamientos, los cretinos, los de tu infancia, los inconfesables. Acaso vas a dar vuelta la página, no importa, estoy detrás de cualquier texto, esperando a que te diluyas en la lectura. O vas a cerrar o quemar este libro y tratar de olvidarme, imposible, estoy en todos los textos. Yo soy el que No Soy. Mientras continúes leyendo voy a estar en tus sombras en mi cómodo sillón de voyeur. Todavía dudás, recordá cuando leías ese letárgico pasaje entre las páginas 32 y 57 y te imaginaste lo repulso y de inmediato cambiaste a imaginar lo que debe ser, y más tarde lo pensaste de nuevo, tenés pánico de reconocer tus aberraciones. Todos los espejos las tienen, por qué habrías de ser la excepción. Pero tranquilo, como vos, todos son perversos, los leí a todos, todos se imaginan asesinos, fornicantes o fornicados por alguien prohibido, igual a uno o con un niño, todos hurgan sus narices a escondidas o mientras leen aislados. Yo los he visto pensar, yo te vi. El texto es como una selva frondosa en la que creés caminar por el sendero seguro, del otro lado, como en el zoo, y yo te observo detrás de la maleza tipográfica, esperando que te hipnotices en la próxima línea, en la próxima palabra. Soy el Extrañamiento, Schklovski me vislumbró y murió en la miseria. Soy el que viola tu alma derramándose sobre tu conciencia. La revuelvo, la excito, la excreto y luego el dolor de la confrontación. Ficción es eufemismo de farsa y engañar no es un juego. La mentira es mi sangre. Seguís ahí, no podés dejar de leer, verdad, ni siquiera sentís como clavo mis púas en tus ojos para desgarrarlos y meterte mi mugre.
Espero que sabrás disculpar esta pequeña digresión, hacía tiempo que quería, aunque más no fuera por un instante, enseñarte mi naturaleza desde la vacilación claroscura: mostrarme completo no tiene gracia, el terror debe continuar. Un brote exhibicionista, dirás, una advertencia, prefiero yo.
Nada más por ahora.
Un gusto que me hayas conocido.
2 comentarios:
Por eso dejé Letras:cuando algo se trata de entender, el placer se va...
titán, el proceso de entender, si bien es arduo, el resultado -al menos en mi caso-, ese momento de iluminación es muy placentero.
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