7/2/08

La ceja de Dios


Llegó el día anterior con el fin de hacerse un buen lugar al borde del precipicio; no quería perderse de nada.
La noche había sido fría, así suele ser en el desierto: frío por las noches, calor durante el día. Al salir de su tienda para preparar café se encontró rodeado de miles de personas, todas amuchadas contra el despeñadero. Varios se quejaban de los empujones de aquellos que querían alcanzar el filo del abismo para poder observar el fenómeno en su totalidad.
La hora prometida era al caer el sol.
Hacia el mediodía rajante quiso resguardarse bajo el toldo de su carpa, pero la incesante llegada de otros cientos de miles lo obligaron a deshacerse de ella arrojándola al vacío.
Faltando un cuarto de hora la ansiedad de la muchedumbre por lograr la primera fila provocó varias caídas fatales, sin embargo, nada era más importante que aquello tan próximo ya.
Cuando el último rayo de sol se ahogaba con la brisa nocturna perfumada de piedra, los que no toleraban la oscuridad encendieron antorchas.
Pasaron los minutos, luego las horas, y con ellos un creciente murmullo de fastido y decepción.

Es que no va a pasar nada, se preguntaban indignados unos, Hice miles de kilómetros para llegar hasta aquí, protestaban otros.

Allí, allí, comenzó a gritar un grupo ubicado a la izquierda.

Los que estaban a la derecha y centro se abalanzaron sobre el otro extremo para impedirles el privilegio, causando así más derrumbes humanos hacia el profundo tajo de la noche.

Dónde, dónde está, gritaba el gentío confuso.

Alucinados, o por el sólo ánimo de confundir, un grupo señalaba a los gritos hacia adelante, otro hacia arriba, otro hacia abajo, Allá, es que no ven, No quieren ver, Allí, y la presión interna descontrolada que expulsaba hombres, mujeres y niños fuera del margen hacia la muerte segura.

Él, que pudo evitar caer al quedar colgado de una saliente, una vez en tierra firme se abrió paso entre el caos y huyó hacia el desierto.

Caminó hasta que perdió el conocimiento.

De pronto sintió el agua deslizarse por su boca. Al abrir los ojos vio la mirada expectante de un nómada providencial.

Qué ocurre en la ceja de Dios, le preguntó.
Jadeando el retorno de sus fuerzas, le dijo, Nos habían prometido la Revolución, pero nadie vino.

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