Al día siguiente, cuando los pájaros ya no cantaron, el grupo de hombres que había ido de caza volvió con el terror en sus rostros. No quisieron hablar una palabra con nadie antes de reunirse a solas con el jefe de la tribu.
Las mujeres simularon calma a la entrada de sus chozas para no preocupar a los niños que continuaban con sus juegos.
El resto de de los hombres se sentó a esperar en silencio a pocos metros del conciliábulo.Recién al caer la noche salieron de a uno y con un ademán del jefe todos se pusieron de pie.
Le dijeron a las mujeres que debían quedarse y cuidar de los niños y ancianos mientras ellos regresaban donde el viejo eremita que habitaba río arriba. La mujer más joven y díscola, prometida del más hábil guerrero, se atrevió a preguntar por sobre el grupo qué estaba ocurriendo, pero no obtuvo respuesta.
Con un movimiento brusco el prometido se desembarazó de ella cuando se internaron en el sendero que llevaba al río.Encontraron al eremita abstraido leyendo cenizas al pie de la fogata, murmurando una letanía.
Los ojos cenicientos del hermitaño intentaron cobrar lucidez y balbuceó palabras sueltas difíciles de comprender.
Los hombres se inquietaron y varios, desoyendo la órden del jefe, volvieron corriendo a la tribu.
Hubo un momento, el último, en que la luna empolvó con su luz al anciano guradián de la memoria y pudo verse que de las cenizas cabellos finísimos como telarañas pentraban los poros de su rostro, a la vez que una tiniebla rastrera estiraba sus dedos devorando todo.
Uno a uno, los hombres, mujeres y niños fueron desapareciendo de la faz de la Tierra.
La luna ya no alumbró siquiera a los espectros: sombras más negras y amplias que la noche cubrieron el cielo con su vuelo.
Una devastadora llamarada triunfal dio comienzo a la rebelión.
Los hombres se inquietaron y varios, desoyendo la órden del jefe, volvieron corriendo a la tribu.
Hubo un momento, el último, en que la luna empolvó con su luz al anciano guradián de la memoria y pudo verse que de las cenizas cabellos finísimos como telarañas pentraban los poros de su rostro, a la vez que una tiniebla rastrera estiraba sus dedos devorando todo.
Uno a uno, los hombres, mujeres y niños fueron desapareciendo de la faz de la Tierra.
La luna ya no alumbró siquiera a los espectros: sombras más negras y amplias que la noche cubrieron el cielo con su vuelo.
Una devastadora llamarada triunfal dio comienzo a la rebelión.
2 comentarios:
Una historia fascinante, con aire de leyenda, pero que bien podría ser una alegoría de lo que nos espera: ¿Quién nos asegura que, cuando se acaben los recursos, no derrocaremos líder tras líder hasta dar con el que de verdad nos engañe con respecto a nuestro futuro?
Muy interesantes las historias de los monstruos petrificados. Lástima que me queden tan lejos.
Un abrazo.
Ey, Félix!
Encontrar al que nos engañe de verdad, qué buena ironía.
Cuando la mentira sea total, cuando hayamos olvidado todo, cuando aceptemos que el asesinato es muerte natural y el hambre algo natural al hombre, de nada valdrá que sigamos escribiendo: esa ficción nos habrá superado.
En cuanto a visitar nuestros monstruos, vamos hombre, para vos son sólo unos pocos Euros. Ya que estás por sacar el pasaje para ir a Cuba a buscar a tu Dolores, pedile a tu agente de viajes que te haga la combinación para dos personas al sur argentino, y luego, de vuelta a España.
¿Cómo va la venta del libro?
Un abrazo
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