Un puñado de hombres armados cruzó el río sin hacer ruido. Moverse ágilmente pero con cautela entre los matos les secó la piel. Habían calculado que para entonces tampoco el párpado cerrado de la luna les delataría el brillo de sus cuerpos. Las fogatas ya estaban ahogadas y los viejos fusiles dormidos sobre los regazos de los guerreros.
Se dio la señal y en grupos de tres se dirigieron a las chozas marcadas por el espía.
La orden de matar a las mujeres y secuestrar a los niños fue llevada a cabo a la perfección, apenas un par cayeron en la huída.
Años más tarde, cuando el entrenamiento militar había concluído y la devoción y fervor por la nueva patria les había borrado todo atisbo de memoria y origen, los lanzaron contra la aldea que los vio nacer.
Algunos volvieron no sin cierta turbación; decían que cuando disparaban o clavaban la bayoneta en la garganta del enemigo sintieron verse en un espejo, o que los ojos de las víctimas eran los suyos, Como si estuviéramos viendo nuestra propia muerte, entiende, sargento.
El superior minimizó la pregunta con palmadas de felicitación y un bono por una buena botella de alcohol para cada uno, Mujeres también quieren, mujeres tendrán, y se alejaron a las carcajadas de la barraca.
La semana siguiente, junto con la llegada de nuevas armas, el sargento les trasmitió la nueva misión de atacar otra aldea cruzando el río, pero esta vez sólo había que matar a las mujeres y secuestrar a los niños.
1 comentarios:
'Patria', como otras palabras fáciles de imaginar, es sólo un eufemismo para nombrar matanzas y otros crímenes innombrables. Hay que enseñar a nuestros hijos que imponer ideas a la fuerza no es como matar conejos.
Buen texto.
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